domingo, 13 de enero de 2008

Unas piedrecillas sobre un tapiz persa









A veces es muy fácil hablar, expresarse, mostrar con simplicidad estas piedrecillas amarradas como clavos en el corazón, piedrecillas de múltiples colores aquí, en este centro, en el centro del corazón.


Y estamos en esta gran sala de inmensos ventanales que dan a un parque. Y es cálido, y es reconfortante este lugar. Como a cada reunión me he sentado en una de las esquinas del ancho tapiz persa. Me gusta este trocito, este espacio sobre esta alfombra floreada y ocre, me gusta porque son unas niñas que lo hicieron, unas niñas con unos deditos de ángel herido.

Estamos reunidos aquí para hablar de estas imágenes que, con el tiempo, suben a la superficie y la mirada amable de Martin nos ayuda a ver más claro en ellas. Y entonces cada uno de nosotros depositamos en medio del tapiz una piedrecilla. Ya van muchas piedrecillas amontonadas, tantas que se han transformado poco a poco en una pequeña montaña. Y cuando la luz del atardecer se infiltra por los ventanales, la montaña de piedrecillas brilla de diferentes tonos y hasta parece viva, parece un corazón hecho de piedrecillas.


Hoy he empezado yo y he hablado de algo que me ocurrió hace muchos, muchos años. Pero curiosamente lo recuerdo todo, todo. Me recuerdo la adolescente que era, alta, el pelo largo, los ojos muy negros y vivos, una adolescente vibrante, fuego y aire y viento yo era, parecía una planta viva, que crecía cada día más y más, una bella planta, una planta llena de sol, abrigada por el sol y por el agua y por la vida. Pero un día mis padres descubrieron mi diario intimo, esto pasa algunas veces, a veces los padres van y miran en la viva intimidad de sus hijas y entonces pasa lo que pasa. Me vinieron a buscar en un campamento dónde yo estaba con mi amiga Sylvia y me dieron una paliza, y si he olvidado los golpes no he olvidado el mensaje, la humillación, el mensaje y la humillación. Aquella furia de ogro rancio, la furia de mis padres, furia de ogro encerrado en su propia caverna sin luz ni aire, aquella furia sigue aquí, dentro de mí. Es una piedra roja. Y desde entonces ya no sé escribir, y mi mesa esta llena de paginas sin acabar.

Y luego ha sido el turno de Pierre y ha dicho que una vez, cuando su padre golpeaba a su madre, y esto ocurría los sábados por la noche, siempre, siempre, Pierre estuvo a punto de clavarle un cuchillo a este padre borracho, alcohólico y sucio, a un padre martirizador, a un padre maldito. Y no pudo, no pudo clavarle aquel cuchillo. Y hoy a Pierre le duele este brazo paralizado en el tiempo, un brazo con una navaja parada en el aire, en un limbo. Y no sabe que hacer con este dolor.


Linda ella ha hablado de sus miedos que crecen y crecen y ahora más desde que ha encontrado un piso, y ahora más desde que se ha liberado de un marido que disfrutaba insultándola. Y este miedo le da ganas de morir, de irse a tirar del puente Jacques Cartier y desaparecer por completo bajo las aguas profundas y negras del Saint-Laurent.


Y la montaña de piedrecillas va creciendo, poco a poco.


Hay días que lloramos, otros no. Depende de las imágenes. Hoy yo no he llorado y me he concentrado en las bonitas flores ocres dibujadas sobre esta alfombra, un tapiz bordado por unas niñas que seguramente tenían manitas de plata. Y me las imagino tristes. Y pensar en ellas alivia mi pena, entiendo que mi pena es algo relativo, que la pena de mis compañeros en este viaje de imágenes es una pena relativa, y hasta la pena de Martin, aunque él nunca hable de ella. Son todas muy parecidas y muy diferentes, nuestras penas, pero todas hacen crecer piedrecillas en el corazón, en el centro de uno mismo.


Sé que un día ya no tendré que colocar más piedrecillas en el centro de un tapiz persa. Y sé que un día ya no habrá más niñas cosiendo en habitaciones negras, sin aire, y sé que un día ya no existirán mesas con papeles amontonados, ni hombres con navajas tristes, ni mujeres con ansias de morir. Y cuando llegue este día quizás la montaña de piedrecillas de todos los colores se derrumba y entonces podremos levantarnos, salir, pasearnos en el parque que hay afuera, del otro lado de los ventanales, un parque muy verde, claro y verde.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

lydia, un cuento precioso, podría incluso ser verídico perfectamente

beso

:)

amor

Lydia dijo...

Hola Amor, gracias por tu visita. Cuanto tiempo, no? Y aqui seguimos...

Pues el cuento no es veridico, es un cuento, simplemente. :)

Un abrazo, y hasta pronto.

Chapellina dijo...

El texto me envolvío y por un momento también coloque mi piedrita.

"parece un corazón hecho de piedrecillas"

Felicidad!

Lydia dijo...

Chapellina, bienvenue a mi blog! Ah, y gracias. Y buena suerte con tu piedrecilla.