domingo, 30 de enero de 2011

Un viejo libro de recetas y un viaje a la Proust


Entre mis manos un viejo libro de recetas que mi madre recibió un día de una de mis tías.


Es un libro tan viejo y tan usado que las paginas apenas se aguantan por ellas solas. Ya no tiene ni tapas. ¡Ha sido tan utilizado primero por mi madre y luego por mí! Pienso que es un libro eterno, por muy viejo que sea, por muy usado que esté.


En él hay recetas que, al releerlas, me recuerdan a mi madre, a mi padre, a mi hermana, a mi juventud y adolescencia. Me rememoran aquellas tardes de invierno cuando yo iba a verlos y preparaba para ellos buñuelos de viento. Mi padre se ponía muy contento porque mi padre tenía una boca azucarada, como yo. Luego disfrutábamos comiendo los buñuelos y jugando a encontrarles formas de animales, de objetos.

Cierro los ojos. Oigo la voz de mi madre, desde la habitación donde siempre la encontraba estirada, sea mirando la televisión sea simplemente con su mirada ensoñada.


Mi madre siempre se ponía contenta al verme, siempre me pedía mi presencia, siempre demandaba que yo estuviese con ella. Mi Lydia, decía de una manera tan entrañable.


Pero yo me fui, me fui muy lejos para no oír más aquella voz llena de soledad y de tristeza.


Acaricio el libro de recetas. Es tan viejo y usado que lo tendría que tirar a la basura, y comprarme uno nuevo, sin manchas, con tapas, sin memoria. ¿De qué sirve recordar? ¿De qué sirve viajar en el tiempo, retomar el tiempo en este pasado que ya no existe? Mis padres ya no están, ya nunca más volveré a hacerles buñuelos. Ya nunca más volveré a oír la voz de mi madre, llamándome.


Sin embargo… sin embargo ellos, tengo la impresión, siguen ahí, en algún lugar, esperando mi llegada, esperando mi presencia. Y no solamente ellos sino la casa, los objetos, los muebles, este libro de recetas. Todo sigue ahí, en el pasado, en este trozo de memoria, en este programa mental de mi memoria, esperando, quietamente, mi retorno.


¿Pero por qué? ¿De qué sirve volver en algo que ya no existe, inconsistente, efímero y fugaz?


Será que Proust tenía razón: uno vuelve en el pasado para entender. ¿Pero entender qué? Todo esta hecho y dicho.


Los ojos cerrados me veo en aquella cocina, preparando unos buñuelos que mi padre espera con tanta ilusión. Una ilusión infantil e inocente, llena de una alegría que yo nunca supe ver en él. Me doy cuenta que durante el tiempo que él y yo estuvimos juntos en este camino que se llama vida, yo nunca supe ver aquella ilusión y alegría de mi padre al prepararle los buñuelos. Ni tampoco en otros momentos.


Mi padre sonríe. Nunca supo decirme que me quería, nunca supo decirme que apreciaba mi presencia, esto lo he aprendido luego, porque hay algo que la vida enseña y es mirar las cosas desde otra perspectiva; y yo nunca supe ver que aquella ilusión suya, que se despertada como un palpitar de alas, cuando decía: ¡Papa! ¡Ven a comer los buñuelos! era una manera tímida de decirme todo lo que no supo ni pudo decirme.

Desde aquí, desde este presente, gracias a este libro de recetas, puedo de nuevo ver sus ojos, pequeñitos y su mirada, muy tierna, muy suave, y puedo sentir el placer que sentía cuando comía mis buñuelos y decía que estaban buenísimos.

Desde aquí, desde allá, puedo de nuevo contactar con mi padre, más que cuando estábamos juntos, mucho más que cuando nos veíamos y rabiábamos o cuando nos veíamos y yo le ignoraba sea por miedo, por temor, por ideas falsas que yo tenia de él. Hoy puedo mirarlo en los ojos, en estos ojos tan oscuros que nunca tuve el coraje de mirar de cara, estos ojos llenos de misterio, de dulzor, de paternidad.


Ah, mi padre, mi querido padre…


De repente me siento como muy feliz y abro los ojos y miro con cariño al viejo y usado libro de recetas. Quizás prepare buñuelos hoy, en esta tarde de invierno, gris y suave.