lunes, 29 de agosto de 2011

Cortazar en el paseo azul


Así pues ya casi todos se han ido y nos hemos vuelto a quedar los de siempre, unos 20 habitantes después de un verano que ha pasado volando, rápido como este Irene del que se habla tanto pero del que casi no vemos nada, es así, volando los días de este verano extraño porque como inseguro de sí mismo, y muy alterado también reflejo de nuestras inquietudes internas y ahora de nuevo el silencio y la tranquilidad, de nuevo la soledad y la oscuridad, por la noche volveré a pasearme por las calles vacías de este pueblo con sus casas que aunque muy nuevas y bellas están como abandonadas ya que sus amos solo la habitan un mes por año, calles estrechas y torcidas de un pueblo de la sierra y rodeado de montañas, el cielo estrellado por la noche y sin nadie para parar mis pasos solo la oscuridad del pueblo, una oscuridad palpable como un ligero abrazo.


He leído a Cortazar y es en Cortazar que pienso mientras vuelvo a encontrarme con ventanas cerradas a la luz, persianas que ya no oyen las risas de los niños, ni ven el paseo ruidoso de los jóvenes, Cortazar que me fascinó a mis 18 años cuando lo descubrí por azar en aquella vieja biblioteca de la Universidad, iluminada por neones gastados, y también por aquel silencio que me reconfortaba de la ciudad, una ciudad bulliciosa como todas, como un tren imparable y loco, después de tanto tiempo de nuevo con este escritor tan profundamente humano, tan poético, surrealista, absurdo, moderno antes de la modernidad, eterno como este cielo que me he parado a contemplar mientras las perras huelen un suelo donde ya se empiezan a ver los rasgos otoñales, algunas hojas de los árboles, algunas piedras que la lluvia habrá llevado hasta aquí, algunos olores que solo ellas pueden sentir, misteriosos olores de la tierra que en otoño parece despertarse después de una larga pero tan corta siesta amarilla y calida.


A veces me hago ver que me he perdido en este pueblo chiquitito, un punto apenas visible desde lo alto de la atmósfera, estoy segura, apenas visible desde la altura del vuelo de la águila, hago ver que no conozco estas calles iluminadas por unos lampadarios modernos y muy altos y muy estirados como cuellos de jirafa y me extraña la quietud que hay aquí y como una especie de paz. En realidad yo habito este pueblo pero a la vez no lo habito , soy de aquí por la fuerza de las cosas, por esta realidad indefinida que me ha llevado hasta aquí y no soy de aquí, nunca lo seré por mucho que pueda andar sin que nadie me diga nada, por mucho que conozca a los 20 habitantes que somos aunque nunca se conozca a nadie en el fondo, ni esta misma realidad es reconocible con todo lo que esta pasando, esta guerra que hacemos ver que no vemos por su horror medieval porque así podemos pasearnos con tranquilidad en este pueblo pero también en la ciudad que de vez en cuando voy a visitar para sentir la humanidad, mis simios como los llamo, mis pequeños espejitos. Todos nos parecemos tanto en todas nuestras diferencias. Y todo sigue igual por mucho cambio que haya. Nos peleamos contra las mismas sombras.


Me encanta Cortazar, más ahora que cuando a mis 18 años lo leía extasiada y enamorada, no solamente de él pero de la vida, y de un hombre. Ahora lo leo y vuelvo a sentir aquel frenesí, aquellas inquietudes, como un empujón, como el despertar de una sonrisa y de un entendimiento, aquella admiración de su estilo y sus historias que son siempre historias dentro de historias como lo es nuestra vida aunque no tengamos conciencia de ello, Cortazar y Proust se hubiesen entendido porque todo es como un largo monologo mental, una excusa para abrir este cerebro y ver lo que hay dentro como estas muñequitas rusas dentro de otras muñequitas rusas, yo tuve unas y todos sabemos de ellas pero no sabemos nada del cerebro ni de la mente solo leyendo a Cortazar o a Proust o a Virginia Woolf de repente sentimos como unos cosquilleos aquí arriba que no esta separado de aquí este centro, este corazón que late y late… Porque todo en Cortazar es corazón.

Me paseo y miro este pueblo y pienso en Cortazar mientras mis perras huelen la brisa tan cargada de vida. Casi me siento feliz