domingo, 16 de agosto de 2009

La forma de la noche







Es una noche tranquila y suave después de un día de mucho calor, de un calor que me recuerda el que hay en medio del Sahel, un calor amarillo y pesado, un calor de oro. Los vecinos de mi calle están reunidos tomando una cerveza, Tonio me invita, me siento al lado de Domingo, el vecino de enfrente que viene al pueblo en verano y que dice lo feliz que se siente aquí. Su mujer y su hija están con nosotros, los perros nos rodean y el cielo es azul como el mar Pacifico.

Mi vecino de repente me dice que su hija es su preferida. Tengo dos hijas, dice, pero esta es mi niña. Me quedo quieta, no digo nada, escucho. Hay como un silencio entre mi vecino y yo, como algo muy suave. Debe ser este amor que lo une a su hija, esto tan extraño que se llama amor entre padre e hija.

En esta quietud tan suave mi padre aparece, dentro de mí. No me lo esperaba. No te esperaba, padre mío. Tantos años que te fuiste y una se acostumbra, tan bien que mal, a la ausencia. Y de repente estás, con toda tu fuerza, esta fuerza que siempre he admirado. Porque lo quieras o no, padre mío, tu fuiste un héroe, mi héroe.

En esta tu presencia me pregunto si algún día tú también no dijiste, a un amigo o a un pariente, que yo era tu hija preferida. Y, francamente, no lo sé. No sé si me quisiste. Eras de estos padres que nunca expresaban sentimientos. Nunca me dijiste que me querías, ni yo tampoco desde luego. Una aprende, de los padres.

Sin embargo sé que me admiraste, almenos cuando era pequeñita, lo sé porque he leído las cartas que enviaste a tu madre y hablabas de mí, de lo bonita que me encontrabas, de lo alegre que me veías. Sé que sentías algo cuando me hiciste una cama para mi osito de peluche y cuando me regalaste un caballo de madera. Pero luego ya no sé. Luego todo fue tan complicado, yo solo veía las quejas y tu mal humor y la rabia y la pena.

Ahora ya soy grandecita, mi padre, y ahora entiendo muchas cosas que antes me parecían inconsecuentes o que me producían tristeza. Ahora no estoy triste porque sé que fuiste un buen padre, como es buen padre mi vecino que sigue en este espacio suave y cariñoso, mirando con admiración a su hija, haciéndose preguntas, viviendo este presente que pronto desaparecerá en la nada. Un presente en medio de una noche estrellada como el mar lo es durante las noches de verano. Y cuando vuelvo mi cara hacia mi vecino no verá mis ojos llenos de lágrimas, estrellas en mis ojos.