viernes, 25 de julio de 2008

Fulgor y opacidad

Y si la vida fuese otra que este cuadro de luces y sonidos y casi para mi indiferente: la familia un sábado de un día de verano muy pegajoso, si, la vida, mi vida fuese otro sistema que ellos hablando y ya todos tan diferentes o tan iguales, que es lo mismo después de todo, riendo pero las risas ya no son aquellas cristalinas y amarillas y que me sonaban como campanitas alegres, la vida otro cuadro que nosotros esperando impacientemente y a la vez aburridamente al notario, el señor Jiménez, otra forma que ellos riendo, charlando de tantas cosas y de nada, bebiendo y comiendo estas patatas insalubres, las niñas jugando en alguna parte del largo piso de la abuela, este verano tan extraño ha dicho mi tía Rita, la más animada ya que siempre lleva en su inmenso bolso dos o tres cigarrillos de Mary, pelirroja y ojos verdosos, es el cambio climático asegura muy segura de ella misma y es normal tiene 17 años, Idela, la hija de Richard y Richard ya se ha bebido dos vasos de vodka , ya que mi vida siempre ha sido otra de ellos, mi familia, este camino impenetrable, este bosque oscuro, espeso, repulsivo y entrañable a la vez, imposible por momentos la diferenciación en este nido de víboras y de ecos silenciosos, mi mirada pasa sobre ellos, desconocidos ya que mi vida es otra cosa, otra que Mariana que está tomando fotos para un futuro tan incierto, o de tía Quimeta que sigue tan parecida a Anna Magnani, mi vida en otro lugar, como siempre creo que ha sido, los años han pasado como una brisa, más bien en una racha que a ratos me parece inverosímil, y todos de nuevo aquí reunidos y separados a la vez pues la vida separa y une, me concentro mentalmente para no chillar en la ultima pagina que he escrito esta misma mañana, una pagina sin sentido porque es difícil encontrar una trama a la soledad de mi amiga Virginia, amiga de toda la vida desde el día en que fueron a parar entre mis manos ansiosas sus diarios y sus cartas, eres más real que todo esto, pienso.

Toma.

Richard, su gentileza y su candor menos mal de Richard que me ofrece una Camel, en su ojos siempre esta dulzura azul, hace muchísimos años, pero no tantos después de todo, sobre una arena ocre canté también estas palabras, dulzura azul contemplando el mar de aquel mes de mis treinta años, dulzura azul y supe que su piel se había estremecido, no sé como pero lo supe y el notario, asegura mi hermana haciendo bailar sus dedos de pianista sobre su pelo castaño, me ha dicho que será una sorpresa para todos, pero yo apenas escucho a mi hermana sobre todo después de que ella decidió un día no oírme más, y es que Virginia, mi tesis sobre Virginia Woolf y el placer o la desdicha de la soledad, también aquella tarde Richard me había ofrecido una Camel amargamente deliciosa mientras desgarrábamos el mundo entero con sus heridas y sus maravillas, el señor Jiménez no me importa ni tampoco el testamento del tío Victor, el amante de princesas venezolanas, y entonces qué había preguntado Richard, pues nada contesté, solo esta playa donde la luz poco a poco va profundizándose y tornándose lavanda en algunos rasgos del cielo y también esta dulzura azul y mis perros y mis gatos y mi tortuga Sarah y ya, en aquellos años, Virginia en su soledad bañada de partículas y átomos inconmensurables, y no dije siempre tú, tus ojos de una cordialidad y ternura marina, espacio de calma añil, en esta tu mirada que busco caminando en los bosques y el campo y que se transforma, esta tu mirada, en la que poso sobre Virginia escribiendo sus diarios y sus cartas, aquí de nuevo reunidos esperando pero ya faltan tantos, padres y madres, tíos y tías, algunos primos, aquí, esperando a que el señor Jiménez llegue para leernos el testamento del tío Victor.