domingo, 16 de diciembre de 2007

Bailando con un amigo







Me acabo de encontrar con Diop, en la esquina de St-Catherine y St-Laurent. ¿Cuanto tiempo, ya? Quizás más de quince años pienso mientras Diop me enciende una Gauloise. Quince años… Una eternidad.


Es una de aquellas noches que los montrealeses llaman ¨noches de hielo¨. Y es que no cae nieve desde hace varios días y el cielo está cargado como con metal, cúpula pesada y dura sobre nuestras cabezas y cerebros. Tantos días que estamos viviendo este hielo sin sol. Días de abrigos y bufandas y de un andar pingüino por las estrechas calles de esta ciudad tan amable como es Montreal. Y ahora estoy aquí con Diop, un Diop quince años mayor pero, ah… casi no se le notan estos quince años. Nada. Parece aquel mismo hombre jirafa que conocí en casa de Rémi, una tarde de un húmedo verano. ¿Acaso los hombres saben envejecer mejor que las mujeres?


Diop ríe y sus ojos se estrechan y se alargan hacia sus sienes, dándole a su bonita cara un aspecto de mascara risueña y simpática. Yo también me río, y de repente, gracias a la risa, me siento quince años más joven.


En el Keur Samba las cosas no han cambiado, tampoco. En una clara mirada veo los mismos sofás, de un rojo tinto vino, la idéntica pista de baile, la misma barra con la mismísima camarera, una tal Cathy. Me saluda con una sonrisa amarga, más amarga que la que tenía siempre y que me hacia tanto reflexionar sobre su vida y sus amores desgraciados. ¿Y quien no tiene amores infelices en su vida? Diop fue uno de ellos, en la mía. Pero no me gusta la amargura. Y preferí la amistad. Siempre los amigos son mejores que los amantes implacables.


Por debajo de la música de Pepe Kale, Diop me habla de su vida en Paris, con una catalana. Tiene dos hijas, Naveja y Fatou, y si está en Montreal es para gravar un disco en conjunto con el Cirque du Soleil. Todo va bien para él, desde que conoció a Teresa. Teresa ha iluminado mis andares, dice. Tenia muchos contactos con músicos y grupos musicales, escuelas, talleres. Ahora me reconocen por lo que soy, un buen músico. Y ya ves.


Veo, y estoy contenta. Alegría siento cuando mis amigos son felices, o parecen serlos. Ver a los otros transitar por sus vías interiores es fascinante. Es como leer una novela de espionaje.


También un día, diez años antes, Diop me aseguró que yo era su camino. Y yo le creí. Es verdad, era más joven, más idealista, más loca. Me sentí camino verde, abundante de hojas y de piedras brillantes, como caídas del cielo. Me sentí camino infinito, sin fronteras, sin barreras. Ser camino es ser ondulación, curvatura, desviación. Protagonista de una historia sin final, abierta al misterio. Ah, como me sentí atraída por Diop que tocaba el Tam Tam de tal manera que mi alma se despejaba, se abría con alas de águila, volaba, volaba… Diop el músico y además el intelectual, hablándome de su país, la Guinea de Sékou Touré con sus dos millones de refugiados, y aprendiéndome sobre sus mártires, sus prisiones, sus torturas. Y escuchándole, de camino me transformé en caminante. Hasta que un día Diop desapareció, como por encanto. Y como por magia yo también desaparecí de su vida, e hice la mía. Fue simple y directo. Y continué andando.


Algún brujo, pero esta discoteca africana está repleta de brujos, ha puesto When love is new, de Arthur Prysock y no puedo hacer otra cosa que ir a bailar con todos mis sentidos, los de ahora y los de hace quince años que de repente hacen un todo, un conjunto mágico, alegre, palpitante. Diop me sigue y sobre la pista de baile nos olvidamos de nuestros caminos y de nuestros andares. Los míos, por cierto, no están tan mal y me gustan… Y bailo reviviendo otros bailes, pero sin definirlos, son bailes del alma, salpicaduras relucientes del alma, impulsos y tracciones que llegan desde una intensa alegría y reconocimiento, desde una presencia absoluta de mi cuerpo y de mi ser todo entero aquí, bailando en esta noche de hielo. ¡Que fuerte emoción es bailar! Y quizás no sea yo quien baile pero otro ser, otro ser mas vivo y pleno que se transforma en mí al son de la magnifica voz de Arthur Prysock, y entre la música y yo crece esta energía tan entrañable, este movimiento, corriente…Bailar es tan importante, es como respirar…


Más tarde, mucho más tarde, vamos a desayunar en un pequeño restaurante cerca del Forum dónde madrugadores, la mayoría taxistas, ya están tomando la especialidad del lugar: huevos fritos con patatas y bacon. Diop me pide gentilmente si puede venir a casa y le contesto, muy gentilmente, que no, que no puede. Diop ríe, y yo también me río con él y la mañana de repente ya no es tan gris, tan fría, tan pesada. Y quizás hasta salga el sol, después de todo. Tengo mucho que hacer, en casa. Pero me siento fuerte, energizada. No hay nada más bueno y rico que una noche de baile, con un amigo.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Paseo


Pedro ha crecido, interiormente. Lo veo en su mirada de mar, de una oscuridad intensa que antes solo afloraba a la superficie de sus bonitos ojos. Hay una nueva fina arruga en la comisura de sus labios, estos labios tan simplemente buenos para besar, y besar y besar... Cuando más maduros, mejor, me digo. Y es que los labios de Pedro son como un prado verde, húmedo, agua, agua…


A veces los hombres son como el campo: sorprendentes. He conocido hombres secos, sin lluvia interior, ásperos por dentro, rugosos, ansiosos de rocío entrañable. En sus miradas, estepas llanas y vacías. Sus mentes como un sol ardiente, quemándolo todo, escaldando la más mínima presencia de vida, de energía. Dragones indestructibles. Van, aniquilan y luego desaparecen. Vale.


Otros hombres como campos verdes, dónde solo el verde, verde de amor, verde de vida, de energia, se deja ver, sentir, oler, acariciar. Bellos, maduros, abiertos, igual que un campo en primavera. Hombres alegres, emancipados y buenos. Flores fueron en mi vida. Los sigo recordando con gran cariño. Me hicieron reír, me permitieron sentirme joven y aventurera. ¿Dónde están ahora? Desde aquí, cerca, tan cerca de Pedro, les envío un gran saludo.


Sin embargo Pedro es diferente. Pedro es como un bosque, misteriosos y abundantes sus caminos. Pedro dice que los bosques, los bosques que él conoce, han sido muy importantes en su vida. En ellos me he perdido, afirma. Y los bosques, como la India, tienen su razón de ser, y esta es que nos perdamos en sus caminos. Y así disiparnos, alejarnos para luego volvernos a encontrar. Como en los cuentos de hadas.


Hemos andado sobre la orilla del río que bordea la frontera y lo hemos visto bastante bajo, hasta el punto de preocuparnos tanta orilla adentro, tanta roca saliente. El año pasado había mas agua pero este año casi no ha llovido.


Muy pocos pájaros, dice Pedro. ¿Dónde estarán los pájaros?


Una tortuga de agua nos está estudiando desde una lejana roca. Quieta, su cabeza puntiaguda parece apuntarnos, estudiar nuestros pasos suaves sobre la tierra que bordea el agua. ¿Qué pensará de nosotros? Las tortugas son muy sabias, hace tantos siglos que están aquí, en este planeta azul que cada vez es más gris y menos verde. Tortugas, símbolos de la divinidad para los budistas ya que una tortuga, dicen, un día salvó la vida de unos náufragos y luego les enseño las palabras sabias del Buda. Los hombres somos muy pequeños ante tanto misterio animal y vegetal.


Para los indios de América, la tortuga representa la Tierra Madre. Y para nosotros, ¿qué significa una tortuga? ¿Dónde ha ido a parar lo sagrado en lo que nos rodea?


La tortuga no se mueve. Quieta, tranquila, quizás siente que no le haremos nada. Que solo estamos de pasaje, que este lugar es suyo. Nosotros tampoco nos movemos. Quietos como la tortuga miramos el agua oscura y casi de un verde azul deslizarse con suavidad. Todo es tranquilidad, quietud, paz, silencio.


Luego subimos hasta la ermita, todo de blanco resplandeciente pero cerrada, como siempre. Hay dos coches aparcados, vacíos. Pedro mira alrededor, las narinas palpitando como si quisiese respirar el aire del inmenso cielo, allá arriba. Es un día azul, azul y blanco, con nubes en forma de animales extraños, pienso. Allá un pato con tres alas, y más lejos una águila bailando un pachanga. Me río sola y Pedro me coge una mano.


En la capital tomamos un café con unos pasteles de nata, deliciosos. Hablamos muy poco, hay poco que decir y mucho que ver. Hace tanto tiempo. Esta tarde miraré con sorpresa su cuerpo de animal bondadoso acercarse a mi lecho, con simplicidad. Miraré sus ojos de mar dónde seguramente una estrella brillará, solo para mí. Y me miraré en su mirada. ¿Y que otras cosas verán mis ojos? ¡Quien sabe!


Solo de pasaje estamos, bestias, hombres, mujeres, cielos, tortugas. Solo una brizna somos y nada mas y mucho mas.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Ensayando Bodas de Sangre



Siempre pasaba lo mismo. A cada vez que la Madre decía

Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no reconocerla, para no clavarla mis dientes en el cuello.

A mí me entraban ganas de reír.

Entonces Begonia, la Madre, alzaba los brazos exasperada y se apartaba un poco del escenario para encenderse un cigarrillo. Siempre los llevaba en un bolsillo de su ancha y espesa negra falda. El director, el señor Severs, entraba por el lado derecho de la escena, impaciente y nervioso.

- Señorita, me decia, ¿Qué esta pasando aquí? My goodness, I´m gonna have a panic attack. Y me voy a morir aquí mismo, en medio de esta tragedia española.

Todos estábamos muy nerviosos, es cierto, siempre es así antes de una representación en público. Uno se transforma en cable eléctrico de alta tensión.

Mientras el señor Severs me regañaba y mientras yo estudiaba su frente húmeda, la Novia repetía sin cesar, como un mantra, una frase que siempre le costaba mucho decir

¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me puedan enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos.

El Novio, un chico muy simpático de Galicia, siempre decía que la Novia quizás tuviese los pechos blancos pero que eso de que ningún hombre los hubiese visto no se lo creía ni Lorca. En realidad todos los hombres del grupo, todos sin excepción, querían ver estos pechos. Sobretodo Leonardo. Cuando recitaba

¡Qué vidrios se me clavan en la lengua! Porque yo quise olvidar y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. Es verdad. ¿No lo recuerdas? Y cuando te vi de lejos me eché en los ojos arena. Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta.

... se le entornaban los ojos que tenía muy negros y vivos y todos sabíamos a que caballo se estaba refiriendo. Corrían rumores en el grupo de que Leonardo y la Novia habían sido compinches de cama, años atrás. Y de que volvían a serlo. Y de que Begonia no podía soportar esta situación.

Begonia no tenía la figura estilizada de Joanna, la Novia. Begonia era más bien feúcha, corta de patas y redondeta. Por esto el papel de la Madre le fue atribuido, estoy segura. A mí me dieron el de la Mujer de Leonardo, que por cierto me cayó como una piedra en el alma ya que yo también hubiese deseado ser la Novia, (quien no), y murmurar bajo la noche llena de luna a un Leonardo viril y fuerte

¡Ay que sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.


Estabamos ensayando en un pequeño teatro de la rectilínea ciudad de Calgary, después de haber ganado un concurso en un festival de Teatro Amateur en Montreal. Faltaban dos días para la gran representación y el director, el señor Severs estaba muy, pero muy impaciente. Era la primera vez que dirigía actores españoles, actores de teatro amateur. No entendía, por ejemplo, que a tan poco tiempo de la Première, por la noche, en vez de descansar y dormir, los actores se pasasen horas y horas cantando y bailando flamenco y no parasen de entrar y salir de las habitaciones del hotel como si estuviesen en una feria de pueblo.


Por ahí se veía a la Novia infiltrarse sigilosamente en la habitación de Leonardo; luego la Madre aparecía toda vestida de verde en la de la Novia. El cuarto del Novio también se abría y ahí pasaba la Mendiga que ya no vestía trapos; mientras tanto en la habitación de la Luna, iluminada y fresca, entraba con suavidad la Suegra, que de suegra solo tenía el pelo y que luego, con pelo y sin luto, se dirigía a paso ligero hasta el paradero del Padre de la Novia que, ya borracho de tanto vino tinto, habia justamente entrado como por equivocación en la habitación de la Criada unos minutos antes. Leonardo él acababa de cerrar rotundamente las puertas de su habitación en plena nariz de la Mujer y ella, sin disgusto, abría las suyas a un Mozo, muy joven y guapo, por cierto… Malas voces, sobre todo viniendo del grupo de los Leñadores, decían que había rollo entre la Madre y la Novia y se les oía susurrar



Pero ya habrán mezclado sus sangres y serán como dos cántaros vacíos, como dos arroyos secos.

Y la Mendiga, de afirmar, cuando menos te lo esperabas

¡De prisa! Mucha luz. ¿Me has oído?
¡No pueden escaparse!


El caso es que los nervios y las mentes estaban a flor de punta, muy histéricos, desenfrenados. Digamos que había tensión, una tensión como el parpadeo de un corazón enjaulado, o como una sangre que ya no puede brotar libremente. Nos mirábamos todos de reojo, con miradas iluminadas por una mala luna. La Madre se volvía cada vez más Madre, más dolorosamente y patéticamente enfurecida por la tragedia que pronto le caería encima. La Novia ya había parado de suspirar melancólicamente y estaba hecha toda una Novia, apasionada y fatalmente infeliz por su destino, espada de Damocles implacable. La Muchacha 1, bastante perspicaz a pesar de lo joven que era, me dijo que Leonardo había roto todo lazo amoroso con la Novia la noche anterior después de una escena de gran dramatismo en la habitación de la Criada

Amante sin habla.
Novio carmesí.
Por la orilla muda
tendidos los vi.


Así son los ensayos. Un baile, un juego, y tanto más. Como la vida misma.

Las citaciones en rojo son cogidas de la obra Bodas de Sangre de Federico Garcia Lorca

viernes, 7 de diciembre de 2007

Mi amiga Luisa y los rusos



Siempre recordaré el día en que Luisa apareció en mi vida. Fue un viernes magnifico. Digo magnifico y es que yo estaba leyendo a Erica Jong y cuando yo leo a la señora Jong todo me parece magnifico, todo lo que me rodea se llena de una alegría vital, lunar, sensual. Y entonces soy capaz de enfrentar la vida con más agilidad y más fuerza.

Yo leía, sentada en aquella cafetería del centro de la ciudad. Eran tiempos navideños y había mucha gente, ya nerviosa, histérica y estresada, preparándose para las compras. Pero yo pasaba de todo. Yo solamente respiraba las poesías de Erica, poesías que hablaban de su gran pasión por algunas escritoras, entre ellas Colette. ¿Cómo era posible? ¡Una americana que adoraba a Colette!

- Esta mujer, dijo una voz enfrente de mí, en la otra mesa, esta mujer habría que hacerle una estatua, por los cojones que tiene. De ella todas tendríamos que aprender y verías como habrían menos asesinatos de mujeres.

Y fue al levantar los ojos que vi por primera vez a Luisa. Su mirada verde me fijaba con mucha intensidad, y esto me gustó, esta intensidad. Se levantó, se acercó a mi mesa, se sentó enfrente de mí y me ofreció un cigarrillo largo y fino, un cigarrillo ruso y lo acepté porque a mí también me gustan los cigarrillos rusos.

- Es una gran admiradora de Colette. ¿La conoces?

La conocía. Y se había leído toda su obra, y cuando tenía frío, un frío interior que ninguna calefacción del mundo puede quitarte, tomaba uno de sus libros y entonces la sangre volvía a moverse con más energía. Sus dolores de cabeza, sus dolores anímicos, sus reumas, todo se le iba leyendo a Colette.

Esto me gustó de Luisa, y muchas cosas más, que iría descubriendo a lo largo de nuestra amistad. Por ejemplo sus pasteles de queso, que producían en mí como un trance hipnótico. O sus dibujos de animales abandonados, que se unieron perfectamente a mis fotos de perros callejeros. Ella los dibujaba con una delicadeza muy fina, casi etérea, y así, decía ella, tengo la impresión que no sufren tanto, o que el sufrimiento yo puedo como calmarlo, a mi manera. Yo en cambio fotografiaba a mis perros con rabia, desde mi mirada vitriólica, mostrando el dolor sobre todo en sus miradas. Hasta en esto nos completamos.

En cuanto al tema delicado de los hombres pensábamos de la misma manera, viéndolos como formas más bien abstractas, insustanciales, de perfil equívoco y yo diría hasta sospechoso. Nos gustaban, como habían gustado a Erica Jong, y a Colette. Con pasión, fuerza, vitalidad. Pero llegaba siempre un momento en que algo fallaba, la tensión se rompía, y acababa todo en un suspiro, a veces, casi todas las veces, en un suspiro de alivio.

- Menos con el ruso, dijo de repente Luisa y el color que tomaron sus ojos me recordaron entonces al de las hojas de la Belladona, esta planta peligrosa e intoxicante pero que las mujeres italianas utilizaban para abrillantar y agrandar las pupilas de sus ojos. El ruso es otra cosa…

- ¿Un ruso?

- Si, Igor Ivannovich. Ya sabes, los rusos son diferentes, como más evolucionados. Será porque en su país las mujeres han sido capacitadas para construir casas y conducir trenes, cosa que aquí ni en mil años.

Claro que lo sabia. Yo también, hacia bastante esto si, había conocido a un ruso, a un verdadero ruso cuando Rusia era entonces el país mas extenso del planeta, un ruso que sabía hablarme de la estepa y de sus tonalidades y de sus animales salvajes con una ternura casi femenina, y del viento, ah, el viento, que sabe acariciarte con sus voces suaves y misteriosas. ¡Y mi ruso se había llamado Ivannovich!

- ¿Un hombre muy alto, tipo oso polar? pregunté en un susurro.

- No, Igor es bajo y parece más un tigre que otra cosa. Tiene unos ojos rasgados, sus antepasados vivían en Mongolia.

Cerré el libro de poesías de Erica Jong y me quedé pensativa. El ruso, el oso ruso, aquel hombre había sido en mi vida como un relámpago, me había electrocutado pero no me había matado, al contrario. Su energía respetuosa hacia la vida, y pues hacia las mujeres, era electrizante, energizante, vitalizante. Muy pocos hombres dan esto, a las mujeres. Y me había ayudado a crecer, a andar mas recta, con mas estima de mi misma, me había reconciliado con migo misma… Pero como en todas las cosas de la vida, un día el ruso, con sus estepas mentales y sus animales salvajes e inteligentes, se marchó a sus tierras ocres y espaciosas dejándome sin embargo con mis fuerzas y con mis sueños.

Gracias Igor, por todo lo que fuiste, pensé en voz alta. Y Luisa me ofreció otro largo y fino cigarrillo ruso.

Hablamos de camas, aquella tarde de un viernes de diciembre. De camas, de hombres, de susurros, de cosas que se dicen en la penumbra. Y de cine. A Luisa le encantaban de una manera muy particular las películas de Federico Fellini, a mí de Luis Buñuel. Otro complemento. Aparte de su Igor, Marcelo Mastrioanni era su hombre, un tipo de hombre que le gustaba a Luisa.

- Siempre de dandi, de bel homme, de amante perfecto pero cuando llega el momento de tomar las riendas de un Pereira, por ejemplo, lo hace desde una humanidad tan entrañable.

- Cuando está en la playa, en Sostiene Pereira, y vemos a un Marcelo deformado por los años, obeso, viejo, saturado.

- Esto me gusta de él. Esto busco en los hombres: la capacidad de madurar con humildad y compasión.

Aquella mi tarde se transformó en una fiesta. Y desde entonces Luisa es mi mejor amiga.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Un día cualquiera, leyendo.


Así pues, he bajado al centro de mi ciudad a por un nuevo teclado. ¡Ah! Es un buen día de descanso, lejos de mi querido trabajo, de mis compañeras, de las habitaciones del hotel. Un día para mí, solamente.

Un día gris pero es igual, llevo el sol dentro de mi cuerpo. Lo primero que hago es pararme en la cálida cafetería cerca de la librería de segunda mano, dónde puedo encontrar libros en ingles a un precio casi ridículo. Un grupo de viejas mujeres toma café en un rincón, yo me siento en la barra y pido un cortado. Es una mañana como otras pero hoy nada corre prisa, o mejor dicho el tiempo corre despacio y suavemente. Abro mi John LeCarré. Es una buena novela y LeCarré siempre me pone de buen humor. Su ironía, su mirada del detalle, sus personajes humanos y su critica del mundo me apasionan. Leerlo es realmente uno de los grandes placeres de mi vida.

La acción de la novela pasa en Asia, en plena guerra de los Khmer Rouge. Justamente, he llegado en medio de una escena realmente interesante en la historia, una escena potente y fuerte: un periodista inglés (pero tambien espía), una joven fotógrafa y un comerciante británico están dentro de un Mercedes (del comerciante) en medio de un camino en plena batalla (pero lejos). El lugar: Phom Penh. Empieza a llover.

- Está lloviendo y no hay ningún crío, esto no es normal, dice la joven fotógrafa.

En Phom Penh si llueve y no hay crios jugando bajo la lluvia es signo de peligro. De gran peligro. Dentro del Mercedes hay un momento de silencio, una especie de limbo mental. El chofer, un nativo que habla francés, ha parado el automóvil.

- Jesús Christ, dice el comerciante. Holy God.

Los ingleses son muy finos. Si el comerciante fuese americano diría simplemente:

- ¡Holy Shit! ¿What a fuck is that?

- El cortado, guapisima.

Levanto la cabeza. Algo en el tono del hombre, como una amargura camuflada detrás de su tono. Es un hombre moreno, interesante y alto y sin embargo su cara está muy triste. Miro de reojo a su compañera, preparando bocadillos a la otra punta de la barra. Y siento la tensión entre ellos como si fuese mía. Ya se han vuelto a pelear.

- Lentamente, dice el periodista.

Y es que del otro lado de la lluvia, del otro lado de la vida y de la frágil protección del Mercedes un camión gris ha cerrado el paso y detrás del Mercedes, del otro lado del camino, otro camión tambien ha hecho lo mismo.

Ay.

- Enseñar las manos, aconseja el comerciante. Que vean nuestras manos... Que las vean sin armas, sin nada, mostrar las manos...

- ¡Paquito! ¡¡¡Me oyes!!!

Una de las ancianas del rincón está hablando con su teléfono mobil.

- ¡Soy Carla, Carla tu tía! ¿¿¿Que no me oyes???

Y, dirijiendose a una de sus compañeras:

- El pobre está sordo, y mira que no tiene ni cincuenta. Que desgracia...

Y es que no se trata de camiones cualquiera. Estamos hablando de camiones ocupados por soldados Khmer Rouge. Y estos están afuera, depié, armados y esperando bajo la lluvia...

- ¡Que si quieres comprar la lotería hijo! ¡La lotería de Navidad!

Maldita tía, pienso.

Corre la voz por toda Asia que es mejor suicidarse antes que caer bajo las manos de los Khmer Rouge. Compañeros del periodista llevan consigo veneno o un pequeño revolver por si las moscas y dispuestos a utilizarlos en caso de que los Khmer Rouge los tomen como prisioneros. El folklore es muy fuerte, en estas regiones.Pero más que folklore se trata de una realidad. Si te cogen, la primera noche es la única noche que tienes para poder escaparte. De lo contrario, estás perdido. Los Khmer Rouge no solamente te quitaran los zapatos pero tambien tu salud y harán de ti lo que ni Dios puede imaginar en sus peores pesadillas.

- ¡Que no hijo, que no! Que no estoy hablando de bollería pero de la lotería. ¡Joder!

El Mercedes avanza lentamente hacia su destino. Y llueve, llueve sin parar y hay tensión en el auto. Una cosa es segura: si logran pasar el baraje, vale. Pero de lo contrario entrarán de pleno en el magnifico infierno de Pol Pot.

- ¿Que no ves que a este maldito bocadillo le falta el queso?

Ha hablado fuerte, el morenazo. Levanto la cabeza, de nuevo. Que pena que un hombre tan así haga pareja con una mujer tan asá. Cosas de la vida...

Todos sabemos lo que hicieron los Khmer Rouge, para esto no hace falta mucho conocimiento en Historia. Mataron sin piedad, torturaron, aniquilaron, fueron responsables de un genocidio, otro. Enfin, la triste vida...

El Mercedes va avanzando con mucha lentitud. ¿Pasará por el hueco entre el borde del camino y el camión? ¿Y si no pasa, si no hay espacio, si, por cosas así, del destino, los Khmer Rouge deciden parar el automóvil, vaciarlo de sus ocupantes?

- Lentamente, muy muy lentamente, vuelve a decir el periodista.

¿Cuántos fueron? Dos millones, o algo así, los que murieron bajo el yugo de estos hombres demoniacos, dementes, locos.

El Merce...

- ¡Cinco euros, hijo, solo cinco euros!

Cierro el libro de un golpe fuerte. Basta. La vieja chillona me mira con sorpresa. Yo, simplemente, me pongo a reír. El guapetón me guiña un ojo. Pago el cortado y salgo de la cafetería. Que bonito día, pienso.

Pinceladas


Han venido a la playa para descansar del temblor de la ciudad, de su mecánica inhumana e incesante, para alejarse de los problemas cotidianos, los empleos inseguros, los amantes inconsistentes... lejos, lejos de todo.

- Ivanovich ya no me quiere, dice de repente Luisa.

Una cosa que Ella nota, cada vez que va a la playa, es con que facilidad los problemas más íntimos afloran a la superficie. Debe ser, piensa, que al desnudarse tambien el alma se libera a su manera, dejando rienda suelta a lo que le conmueve o preocupa.

- Y¿ eso?
- Tengo el presentimiento que hay otra mujer en su vida.

Luisa enciende un cigarrillo y en sus manos hay como una tensión apenas perceptible, algo en el movimiento de los dedos, como una insaciabilidad. En tiempo de crisis Ella siempre ha notado que son las manos de su amiga las primeras en mostrar la inquietud, el desasosiego. Quizas esto tenga algo que ver con el hecho de que Luisa es dibujante. Sus manos son su punto más fuerte y tambien su más débil, y las que ante todo reaccionan ante la adversidad.

- Y si fuese cierto ¿qué pasaría? Quiero decir, tampoco es el final del mundo, creo yo...

Luisa la mira de reojo. Me mira como si fuese un bicho raro ya que, desde hace bastante tiempo, en mi vida no ha pasado ningún hombre y no pasa nada. Todo es tan simple cuando no hay hombres en la vida de una mujer.

- Es que no entiendes este sentimiento de traición. Es algo muy fuerte.
- ¿Cómo que no entiendo?
- Además terminar una relación es, para mí, un fracaso. No puedo aceptarlo. Me duele mucho.
- ¡Pero si no tiene sentido! Ya está, ya estás haciendo el gran drama.
- Vale, vale... olvídate.

Estiradas bajo el pesado sol todo parece, de todas maneras, sin importancia. Una historia de amor, un encuentro, una cita. La playa, con su fuerza ocre y perdurable, el mar y su murmullo, relativizan lo personal. En el fondo, muy lejos, se oyen las voces de unos crios que juegan a construir castillos de arena.

Luisa recuerda el día en que conoció a Ivanovich. Fue durante una exposición de pintura japonesa de la época Torii, era jueves, había pocos visitantes en aquella pequeña sala situada en el Paseo de Gracia. Frente a una estampa del pintor Sekiguchi Kiyonaga titulada ¨Casa de té a la orilla del agua¨ Ivanovich se había acercado a Luisa y, con su verbosidad fácil y conmovedora, le había empezado a hablar del famoso pintor y dibujante de artistas y de mujeres elegantes.Ivanovich tenia una manera de hablar muy particular, bajo sus palabras la estampa situada enfrente tomaba vida. Las tres mujeres, una en cuclillas y las dos otras de pie, parecían tomar relieve, se espesaban, se volvían fuertes y vivas. El pelo de las protagonistas relucía, era negro casi azul, muy vital. Los colores de los kimonos se despertaban, el verde, el naranja, el marrón, el morado, los estampados tomaban una textura casi palpable, las rayas y las flores pintadas sobre las telas sobresalían. Un velero, situado en el fondo de la estampa, parecía avanzar sobre aguas tranquilas. En el suelo una pequeña tetera despertaba las papilas gustativas y olfativas. Una mano de una de las mujeres señalando algo a la derecha de la pintura tomaba movimiento. Todo parecía iluminarse gracias al extraño monologo del Ruso que mostraba la riqueza y delicadeza, la armonía, la elegancia en los detalles. Luisa respiraba hondamente, lentamente, se dejaba llevar en un viaje extraño y suave hecho de palabras y colores. Cuando Ivanovich paró de hablar se miraron cara a cara y fue como un gran reconocimiento. A partir de aquella tarde no se habían separado.

- Seguramente no es que haya otra mujer, simplemente el Ruso necesita espacio, y tu tambien, aunque no quieras reconocerlo.
- Quizas tengas razón. Oye, ¿vamos a mojarnos un poco?

Después de nadar un rato se vuelven a estirar. El sol ha cambiado de posición y tienen que mover las toallas. Luisa siente que el agua le ha limpiado un poco el corazón, le ha quitado peso y una cierta amargura. Luego, después de ir a comer algo mexicano, Luisa dibujará algo sobre este día. Una playa muy ancha y de sable fino, un mar espeso y vivo y dos mujeres sentadas mirando el horizonte. Le pondrá un titulo y este será ¨Dos amigas en una playa una tarde de julio.¨

Una noche con Pedro




Ah, me gustaría decir que todos los hombres son como Pedro, como el Pedro que acaba de entrar en mi habitación, sonriente, feliz, su mirada azul de mar tranquilo.

Hacia tiempo que no veía a Pedro. Esta tarde ha venido a visitarme.

- ¿Y si fuésemos al cine? pregunta sentándose sobre la cama.

Hace tiempo que no he ido al cine con un hombre. Detrás de los ventanales se puede ver el cielo que a esta hora tiene tonos rosados. En silencio miramos un horizonte pintado como por una mano divina. Me gustaría que lloviese y tronase. Me encantan las noches rosa oscuro, las noches tiernas y turbulentas.

- No he visto la ultima película de Arcand, dice Pedro acariciando uno de mis gemelos.

- Yo sí, es muy buena. Vale.

Me levanto y la sombra de mi cuerpo se pasea por las paredes. La habitación está bañada por la luz suave de una vela que desprende el perfume de la lavanda. Mi cuerpo es como una gran planta, fuerte y viva. Verde debe ser mi sangre, verde y sabia.

Mientras me pongo el tanga y unos leotardos negros estudio a Pedro, el cuerpo de Pedro. Es bello y robusto, macizo, potente. Pero no es bello por esto. Es bello porque es el cuerpo de Pedro. Porque simplemente el cuerpo de Pedro es otra planta sobre mi cama de azur. Energía, imprescindible energía de la vida.

Un vestido rojo oscuro muy escotado. Me peino y mi pelo negro brilla en la tenue oscuridad. Mi cabello son algas que flotan en el aire desprendiendo una luz que los ojos no perciben pero que es. Este pelo que momentos antes Pedro ha tirado con sus dedos, con sus manos fuertes como la madera.

Somos energía, energía y vida, energía y luz sutil.

Un collar alrededor de mi largo cuello. Una mascara de cobre que, decía la bruja negra, llevaba suerte y fertilidad.

- Póntela un día de luna llena y escucharas las voces de las ranas...

Una pulsera en forma de serpiente. Un anillo con el símbolo de la espiral. Pedro sonríe.

En la calle, bajo el cielo que ahora es una capa negra y espesa, nos quedamos un largo rato oliendo el aire, oliendo la noche. Somos como dos animales que acaban de gozar de una unión terrenal, abierta y cerrada a la vez, una danza entre el Ying y el Yang. Las alas de mi nariz palpitan, el olor de la calle, fuerte y un poco amargo, la fragancia de Pedro, sal y agua y tan cerca, la mía... Hay poco trafico porqué en la tele dan un partido de fútbol. Hace frío, Pedro me rodea la espalda con sus brazos bondadosos.

En el coche me siento como dentro de una cueva. Escuchamos a Philippe Sarde y tengo la impresión de estar en otra ciudad, de vacaciones. Miro a Pedro que sin su uniforme parece más serio pero tambien más joven. Le acaricio la rodilla, símbolo según muchas tradiciones del poder del hombre, y Pline decía símbolo de potencia.

La noche, al lado de Pedro, me parece un espacio abierto, infinito, alegre. Iremos al cine a ver una película sobre el amor y la compasión, el amor y la amistad. El amor, la muerte y la vida. Y luego, quien sabe.

Diseño verde


La forêt est un état d´âme.
Gaston Bachelard


Son unos días de mucho calor. Tanto, que apenas se puede respirar. La humedad es pegajosa y densa. El aire apenas corre.

Salgo a la calle porqué en casa me siento agobiada. Son las 3 de la tarde, y bajo el sol tengo la impresión que la tierra a mis pies es fuego. Me voy al viejo Barcelona. Entro en la primera granja abierta, no hay muchas en el mes de agosto que funcionen. Pido una horchata.

Aunque me gusta mucho la soledad, estos días siento la ausencia de Javi, de viaje al Pakistán. Me añoro de su gran humor irónico y de sus payasadas. De la risa medicinal que produce en mí el estar con él. De las largas conversaciones sobre literatura y cine que hacen de nuestras noches un debate constante. Y de nuestra cama que ahora me parece un ancho campo desierto.

Abro el libro que estoy leyendo, The Cruel Way de Ella K. Maillart. De repente una mano se posa levemente sobre mi hombro. Levanto la cabeza. Es Pedro.

Con uniforme de Mozo de Escuadra Pedro parece mas alto. El color de la tela de su camisa le hace resaltar sus ojos azules, que me miran sonriendo. Esta muy guapo, en realidad nunca lo he visto tan guapo. Una gran calma emana de su figura. Se quita la gorra y su pelo se ilumina por el sol que entra con gran fuerza del ventanal, a su espalda.

- ¿Cuántos ladrones has atrapado hoy?

Su risa, que me ofrece sin dejar de mirarme me suena a cascabeles. Es ligera y cantante.

- Más que ladrones son turistas que vamos recogiendo del suelo. Con este calor caen como moscas. ¿Y tú? ¿Qué haces por el barrio? ¿No estarías mejor en la piscina?

El cuerpo de Pedro yo ya lo he entrevisto entre las aguas azules del gimnasio de nuestro barrio. Ahí conocí a Pedro, una mañana de invierno. Tiene un buen dorso y unos buenos brazos y aquel día me había quedado mirándole largo rato, yo que casi nunca ni miro ni veo a los hombres en general. Dentro del agua todo él resoplaba energía y fuerza. Y ahora esta enfrente de mí, alegre y simpático. Sus brazos reposan sobre la mesa que nos separa. El vello de su piel, ligero y suave. Siento como un pequeño estremecimiento. El calor me hace ver cosas que nunca quiero ver.

- Estaba agobiada. Además Javi está de vacaciones y, francamente, el piso me pesa.

- Si, dice Pedro pasándose la mano sobre la frente que tiene húmeda. Hace un calor espeluznante.

De repente me siento muy relajada y bien. Pedro sigue mirándome detrás de sus ojos, dos piedras intensas y brillantes. ¿Es mi imaginación o es que Pedro me esta estudiando de una manera un poco indiscreta? He aquí sus ojos posados, el espacio de un segundo infinito, sobre mi cuello, mis clavículas, los hombros, mi pecho, mis brazos. Todo esto mientras hablamos del Pakistán y de la señora Maillart. Y yo tambien lo miro y veo cosas de él que nunca me había fijado: su sonrisa que más que simpática es sensual; su nariz, rectilínea, perfecta, que le da un aire ligeramente canino a toda su faz; su cuello donde resalta una vena.

Súbitamente me siento muy acalorada, como si el fuego exterior se hubiese incrustado bajo mi piel.

- Amigo, me tengo que ir, ya deben haber abierto el museo de Picasso.

Nos levantamos y me acerco para besarle la mejilla. ¿Y si en vez de la mejilla le besase el borde de su boca?

- Olvídate de Picasso y ven conmigo, he acabado mi turno. Tengo la moto, te llevo de paseo.

El asfalto, fuera, arde. Hay muy pocos transeúntes y las calles del barrio Gótico parecen salir de un cuadro de Canaletto. La luz y el vacío, la perfección estática de la iluminación del cielo tan ocre, el silencio. Nos dirigimos hacia la Plaza San Jordi, casi vacía. Una viejita vestida toda de negro pasea un pequeño perro. Cerca de la entrada de la Generalidad Pedro saluda de la mano a un compañero, vigilando bajo el sol.

- Siempre llevo un casco extra, dice Pedro poniéndomelo sobre mi cabeza. Te voy a llevar en un lugar mágico. Te gustará. Hace tiempo que no paso por ahí.

El tiempo para cuando estas subida sobre una moto abrazada a un hombre. Es lo que me digo mientras Pedro avanza sobre Diagonal y luego coge una calle rumbo montaña. Las avenidas de Barcelona, pienso, son muy románticas ya que aceptan la luz del sol con tanta armonía. La espalda de Pedro vibra bajo mis manos. La moto hace apenas ruido.

Tambien me digo que podría estar así todo el resto del día, a caballo con mi caballero. No volver a casa, a mi piso. Quedarme aquí, con Pedro. Sin preguntas ni respuestas.

Hemos subido muy arriba y finalmente tomado una pequeña carretera. El aire es fresco. El paisaje muy verde, de un verde oscuro, pasamos por una especie de gran bosque. Al cabo de un rato Pedro entra en una pequeña bifurcación. Hemos parado enfrente de un camino muy estrecho. Bajamos de la moto.

- Cuando me separé de Joanne solía pasar por aquí. Este camino que ves es muy largo, en realidad no he llegado nunca al final. ¿Te apetece andar un poco por él?

La tierra es marrón oscuro, color de piel morena. Andamos en silencio rodeados por unos grandes arboles muy altos y delgados. El aire es fresco y apaciguador. El silencio inmenso, como una gran capa. El sol a veces aparece entre las ramas y las hojas de los arboles. De vez en cuando se oye el canto de un pájaro. Por el suelo puedo ver entre rocas y tierra pequeños brotes de flores silvestres. El camino es irregular, a ratos sube a ratos baja. Sobre él hay piedras, trozos de madera, ramas muertas y secas.

- Parece un bosque abandonado.

- Lo es, contesta Pedro. Todos los bosques, casi hoy en día, están abandonados. Es una pena, pero es así. Es el mundo en el que vivimos.

Hay mucha ternura en la voz de Pedro y me doy la vuelta para mirarle. Pedro tiene los ojos fijados en la cúpula de un pino.

- Ya casi no hay pájaros ni animales. La voz del bosque se va apagando lentamente, sin que nos demos cuenta.

Vamos avanzando en silencio. Algunas raíces de los arboles están salidas de la tierra y muestran su desnudez de color claro. Puedo ver hormigas pasearse por el borde del camino. Tambien una mariposa amarilla pero muy pequeña.

- Mira.

Pedro me muestra con la mirada un árbol muy alto y espeso de tronco. Es un árbol ancho y tiene la tez gris oscura. Sus ramas, retorcidas, suben hacia el cielo y están llenas de unas hojas que parecen manos verdes.

Nos dirigimos hacia este árbol que debe ser muy anciano. Está un poco en el interior, tenemos que entrar en la espesura del bosque. Pedro me coge de la mano cuando tenemos que subir sobre un montón de viejos troncos rotos y en putrefacción.

Me acerco al árbol y le acaricio el tronco. Es muy suave, como cuero. Apoyo mi frente sobre esta capa de madera. Es como apoyarse sobre el vientre de un oso.

Oigo la respiración profunda de Pedro, al lado mío. Me doy la vuelta reposando la espalda sobre el árbol.

- Quiero energía, digo.

Pedro me besa. He cerrado los ojos. Acaricio sus hombros y sus brazos y tengo la sensación que mis manos tocan otro árbol.

Los ojos de Pedro, cerrados. Sus pestañas son muy largas, sus ojeras tiernas y tristes. Mis labios acarician esta cara tan bonita que bajo el viejo árbol parece de un animal salvaje. Me ha quitado con mucho cariño la blusa, el sostén. Siento, desnuda, la energía del árbol sobre mi espalda. No me duele esta madera que me aguanta mientras Pedro ha apoyado todo su cuerpo sobre el mío. Me he quitado los jeans para que Pedro pueda abrirme con sus dedos inteligentes, pueda olerme en este bosque verde y oscuro. Estoy húmeda y fresca como la tierra que nos rodea, llena de vida, llena de energía y humus, Pedro desnudo y los besos como alas de mariposas y las caricias como roces de estas hojas que nos protegen, parasol de inmensa belleza. Pedro me levanta una pierna, entra en mí con su semen y su vida, y el árbol mira y escucha.