lunes, 12 de mayo de 2008

La Estepa

Con cariño para Joaquín, en recuerdo de aquella estepa.



Mi madre se ha ido y yo hice el amor con Igor. La vida es así: extraña, sincrética, mágica, sincrónica.

Ella se ha ido y me ha dejado sola. Las madres siempre acaban por irse, por abandonarnos, vuelan con alas de mariposa y se van, tienen que emprender su último recorrido. Y nosotras, sus hijas, tenemos que seguir caminando en el que nos toca.

Llovía el día que se fue y sobre el viejo Toyota de Igor las gotas resbalaban como espesas perlas. En el asiento de atrás, al lado de mi hermano, yo hablaba de mi madre caminando en el viejo Barcelona, ella que quería tanto la ciudad condal. Me la imaginaba sola, feliz, alegre, respirando hondo. Igor conducía en silencio mirándome de vez en cuando por el retrovisor. Los rusos, algunos, saben lo que es andar sobre su tierra amada, la tierra que uno deja y la que uno vuelve a encontrar.

Yo no sabia que iba a hacer el amor con Igor, yo solo sabia que mi madre se había alejado de mí, que había perdido un pilar, una fuente. ¿Qué haría yo sin ella? Me acordaba de su pelo gris, de plata, de sus manos con los dedos muy largos y estilizados, estas manos que me habían abierto tantas puertas, y dado tantas llaves. Y de su voz, oscura y suave a la vez, como la mía. De su perfil fino, serio, misterioso.

Llovía, con suavidad sobre el coche, sobre la ciudad, sobre la tierra. Yo no sabia que mas tarde, al anochecer, Igor me haría el amor, que de repente descubriría en su cuerpo de viejo oso sabio lo que era la Estepa interior, la mía, la suya, la del cosmos. Y que yo iría en ella, Estepa amada. No sabía que Igor me cogería con fuerza mostrándome su alma de caballo, dueño de este inmenso espacio salvaje que vivía en su corazón, en el mío, en el de todos.

Y tampoco sabía que mi madre me había dejado libre, finalmente, en medio de un bosque ocre, espeso y profundo.

Aquella noche, en la ancha cama, Igor habló y yo oí en su voz el viento sobre mi piel. Mi cuerpo fue tronco de árbol que él acarició con cariño, y taiga mi pelo que sus dedos buscaron como si mi cabellera fuese un campo en la noche. Y oí los gemidos de todas las hembras de aquella estepa salvaje…Las oí en medio de una tempestad de colores, las oí esperando, rociadas, sudadas, sobre la hierba dorada, las oí en medio del horizonte amable, inmenso, vientre calido...

Hija mía, había dicho madre, hija, sonríe. Sonríe que la vida es muy fuerte.

Eso me dijo mi madre al irse y cuando se volvió por última vez yo le sonreí. La misma sonrisa que ofrecí a Igor la mañana siguiente.

- ¿Cómo estas Igor Ivanhovich?

- Ah… Petrouschka querida, ¿Cómo me voy a sentir? Feliz, feliz, como cuando estoy en mi estepa querida.

Aquella noche yo sé que no lo entendí todo pero supe que yo ya no sería la misma, supe que había encontrado una llave, la de la abertura interior, otra.

Más tarde también miré por la ventana el amanecer abrirse mientras tomaba un té con nombre muy bonito, “Sol de Espigas”. Igor dormía y yo oía su respiración tranquila, de oso bueno. Era una mañana muy suave que se levantaba, muy cariñosa y tierna.