De vez en cuando Melanie se me acerca como una gatita y me
pregunta que le vuelva a contar mi encuentro con Fadil. Y yo siempre empiezo de
la misma manera: fue un día de otoño, en casa de Remy. Ahí estaba Fadil,
sentado sobre el sofá. Cuando se levantó para ofrecerme su mano me pareció tan
guapo, alto y delgado como una jirafa sonriente. Hablamos un poco de todo,
literatura, arte africano, política. De pronto me dijo que acababa de terminar
su maestría sobre un poeta que murió en las cárceles de Sekou Touré. ¿Y quien
era el poeta? me pregunta siempre Melanie. Y yo le contesto: ni idea gatita mía,
ni idea. Solo sé que cuando Fadil dijo “y se murió de hambre en las cárceles de
Sekou Touré” me enamoré de él, instantáneamente. Fue un flechazo, un relámpago,
llámalo como quieras. ¿Te sentiste electrificada? Y yo: sí, Melanie, me sentí
electrificada, me sentí abandonada, me sentí ofendida, desesperada, enrabiada
con aquellas palabras que Fadil había pronunciado de una voz clara y neta pero
que yo oía como detrás de un muro, un muro de vergüenza, un muro de odio, un
muro de horror, el muro que había silenciado la voz de un poeta. ¿Y lo amaste
muy fuerte? Lo amé con toda una furia que yo mismo desconocía, con todo el amor
que de repente yo sentía hacia el poeta que se había muerto de hambre en una
celda oscura y asquerosamente humana de una prisión del monstruo llamado Sekou
Touré.
jueves, 29 de noviembre de 2012
martes, 27 de noviembre de 2012
Pequeño recuerdo de oro
Cuando estoy triste recuerdo el Senegal donde fui mujer
feliz. Y recuerdo aquellos niños, en la playa de Saint-Louis, antigua capital. Ellos
habían venido y rodeaban como pequeños bambis, sonriendo y riendo, me rodeaban
de su presencia integra. ¿Por qué has venido hasta aquí? preguntaban. Yo no
sabia que decir. Miraba en sus ojos una alegría que era mía, una sabiduría que desconocía
totalmente. Sus risas, que eran risas naturales como el canto del mar, me
calmaban. Cuando estoy triste los recuerdo, cuerpos oscuros sobre aquella arena
de plata. Reían, sus manos tibias bailaban en los aires, suaves y ligeras como libélulas
de oro. Los recuerdo tanto aquellos niños sabios y dulces y buenos. Sí, cuando
estoy triste vuelvo sobre aquella tierra de cobre, ando las calles polvorientas
de la ciudad de mi amante, ahora tristemente cubierto de tierra suave en el
cementerio. Hubiese tanto querido volver a oír tu voz de tamtam.
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