domingo, 11 de diciembre de 2011

La habitación amarilla




Quizás es la ultima vez que nos damos cita en esta habitación que ya no es tan clara como solía, la llamábamos la habitación amarilla pero ahora ya no lo es, ya el sol ha desaparecido de nuestras vidas después de aquello, y solo entra una grisalla por la ventana y la lluvia que no para, desde semanas y semanas, Pedro de lado se ha encendido un cigarrillo ruso de contrabando, ahora todo es así, por debajo, a escondidas, y fumar ya es un delito como vestirse de rojo, ahora solo este color gris de muro triste, Pedro esta de paso dice, tengo que subir al Norte donde hay cada vez mas disturbios y yo siento que esta tarde algo acaba, dame un cigarrillo bobo y dime que te gusto aunque mi  pelo ya no sea aquel oscuro de alga como solías decir, ni el mío piensa Pedro encendiéndole este cigarrillo asqueroso pero es lo que hay, la lluvia afuera como un manto impenetrable y espeso, desde aquel día, desde cuando pero no sirve de nada, ya no hay los días como antes, ni las semanas, ahora son series, series con cifras y ahora nos toca estar en la serie C430b12, todo ha cambiado tanto, no llores ratita/ ratón bobo tú mismo/ vieja ratita sabia/ ratón estupido/ no será muy largo/ mentiroso/ solo unos meses/ ya no existen los meses pero los adjuntos de las series/ y su pelo alga ofrece una mancha de extrañas y misteriosas formas rodeando su cara ovalada a la Modigliani en esta habitación que Madame Dupuis nos ha alquilado pero amenazándonos de que ya no podría más, ahora estas serán solamente para los empleados del Ministerio de la reconstrucción sub-atómica, te acuerdas bobo de aquella cena después de una película aburridísima de Pasolini/creía que te gustaba Pasolini/ mentiroso bobo tú sabes que no me gusta/ que pasa con aquella cena idílica/  en  Don Giovanni y te pregunté si creías, ¿crees Pedro que todo esto en un sueño? esto antes del Día C, la salsa tan rica con pimientos muy verdes, recordando a su padre de ojos tristes que sabia preparar unos espaguetis igual de ricos, y si todo esto fuese un sueño de alguien que nos esta soñando para no morirse de pena, se imagina aquí, en este restaurante tan lindo, mesitas con manteles de cuadrados, no seas boba pero quien va a soñar con dos tontos como tú y yo, no sé, quizás alguien que esta muy triste, y sus ojos sí que lo están, de tristes y desamparados pero todo esto se irá cuando estemos en la habitación de Madame Dupuis que siempre nos mira con aire conspiranoico, algo pasará y pronto dice desde hace mas de 6 meses, no seas bobo a veces creo que soy la proyección de algo, ando por la calle y es como si alguien me empujase con suavidad, como una mano invisible y me pregunto porque estoy andando en una calle que ni conozco, ni tengo ganas de visitar, en una ciudad que no reconozco tanto las cosas han perdido de su esencia  pero ahí estoy, parada enfrente de  escaparates de vidrieras sucias y oscuras de polvo, tiendas vacías, cerradas, paseantes que ya andan con los ojos semi cerrados la cabeza agachada, márchense que pronto susurra Madame Dupuis dándoles la llave de la habitación, no se queden aquí que esto, pero todo menos irse de esto porque esto es Pedro y yo en este pequeñito y amable restaurante italiano, no será muy larga mi ausencia miente Pedro, y si todo esto fuese un sueño sigo preguntando y esta habitación con nosotros fumando cigarrillos rusos que un amigo te ha vendido de escondidas, que ricos que son aunque sean asquerosos, tampoco se puede leer ni escribir ahora con la nueva ley, y sin embargo me has traído un libro de Cortazar que bueno que eres, el sueño de alguien triste en algún lugar que recuerda que antes del gran cataclismo, el Día C como dicen todo era, parecía sencillo, todo era bueno y simple y bello, un libro de Cortazar sobre una mesita de noche, un paquete de cigarrillos, unas manos acariciando un pelo de mar, mi padre tranquilizandome la frente, shhhhhh, tranquila nena, tengo sed, pronto pronto ahora no, luego, mi padre cerca de mí, has soñado nenita mía, mi padre se calla, mi padre me acaricia la frente y yo tengo cuatro años y me acaban de operar de la apendicitis y estoy en una habitación muy amarilla.

lunes, 29 de agosto de 2011

Cortazar en el paseo azul


Así pues ya casi todos se han ido y nos hemos vuelto a quedar los de siempre, unos 20 habitantes después de un verano que ha pasado volando, rápido como este Irene del que se habla tanto pero del que casi no vemos nada, es así, volando los días de este verano extraño porque como inseguro de sí mismo, y muy alterado también reflejo de nuestras inquietudes internas y ahora de nuevo el silencio y la tranquilidad, de nuevo la soledad y la oscuridad, por la noche volveré a pasearme por las calles vacías de este pueblo con sus casas que aunque muy nuevas y bellas están como abandonadas ya que sus amos solo la habitan un mes por año, calles estrechas y torcidas de un pueblo de la sierra y rodeado de montañas, el cielo estrellado por la noche y sin nadie para parar mis pasos solo la oscuridad del pueblo, una oscuridad palpable como un ligero abrazo.


He leído a Cortazar y es en Cortazar que pienso mientras vuelvo a encontrarme con ventanas cerradas a la luz, persianas que ya no oyen las risas de los niños, ni ven el paseo ruidoso de los jóvenes, Cortazar que me fascinó a mis 18 años cuando lo descubrí por azar en aquella vieja biblioteca de la Universidad, iluminada por neones gastados, y también por aquel silencio que me reconfortaba de la ciudad, una ciudad bulliciosa como todas, como un tren imparable y loco, después de tanto tiempo de nuevo con este escritor tan profundamente humano, tan poético, surrealista, absurdo, moderno antes de la modernidad, eterno como este cielo que me he parado a contemplar mientras las perras huelen un suelo donde ya se empiezan a ver los rasgos otoñales, algunas hojas de los árboles, algunas piedras que la lluvia habrá llevado hasta aquí, algunos olores que solo ellas pueden sentir, misteriosos olores de la tierra que en otoño parece despertarse después de una larga pero tan corta siesta amarilla y calida.


A veces me hago ver que me he perdido en este pueblo chiquitito, un punto apenas visible desde lo alto de la atmósfera, estoy segura, apenas visible desde la altura del vuelo de la águila, hago ver que no conozco estas calles iluminadas por unos lampadarios modernos y muy altos y muy estirados como cuellos de jirafa y me extraña la quietud que hay aquí y como una especie de paz. En realidad yo habito este pueblo pero a la vez no lo habito , soy de aquí por la fuerza de las cosas, por esta realidad indefinida que me ha llevado hasta aquí y no soy de aquí, nunca lo seré por mucho que pueda andar sin que nadie me diga nada, por mucho que conozca a los 20 habitantes que somos aunque nunca se conozca a nadie en el fondo, ni esta misma realidad es reconocible con todo lo que esta pasando, esta guerra que hacemos ver que no vemos por su horror medieval porque así podemos pasearnos con tranquilidad en este pueblo pero también en la ciudad que de vez en cuando voy a visitar para sentir la humanidad, mis simios como los llamo, mis pequeños espejitos. Todos nos parecemos tanto en todas nuestras diferencias. Y todo sigue igual por mucho cambio que haya. Nos peleamos contra las mismas sombras.


Me encanta Cortazar, más ahora que cuando a mis 18 años lo leía extasiada y enamorada, no solamente de él pero de la vida, y de un hombre. Ahora lo leo y vuelvo a sentir aquel frenesí, aquellas inquietudes, como un empujón, como el despertar de una sonrisa y de un entendimiento, aquella admiración de su estilo y sus historias que son siempre historias dentro de historias como lo es nuestra vida aunque no tengamos conciencia de ello, Cortazar y Proust se hubiesen entendido porque todo es como un largo monologo mental, una excusa para abrir este cerebro y ver lo que hay dentro como estas muñequitas rusas dentro de otras muñequitas rusas, yo tuve unas y todos sabemos de ellas pero no sabemos nada del cerebro ni de la mente solo leyendo a Cortazar o a Proust o a Virginia Woolf de repente sentimos como unos cosquilleos aquí arriba que no esta separado de aquí este centro, este corazón que late y late… Porque todo en Cortazar es corazón.

Me paseo y miro este pueblo y pienso en Cortazar mientras mis perras huelen la brisa tan cargada de vida. Casi me siento feliz

lunes, 9 de mayo de 2011

Los libros y mis hombres


Pues sí, hay libros que me recuerdan algunos hombres que han aparecido en mi vida y una de las maneras que tengo para calmarme y para relajarme, hasta diría yo para meditar, es poniendo orden entre estos tantos libros que tengo y que están aquí desde tanto tiempo.

Es interesante ver hasta que punto estos libros míos hacen parte de mi vida, como han hecho parte de mi vida los hombres, y en cada vida de mujer están ellos, y quien diga lo contrario miente. ¿O no? intrínsicamente ligados y enlazados a espacios de mi vida, momentos de mi vida, épocas de mi vida. Cada hombre que mis manos han rozado, acariciado, que mi cuerpo ha deseado, que mis labios han besado... tiene su propia historia pero a la vez la historia de un libro en mi existencia. Son entonces varias historias que contiene un libro, cuando lo tomo entre mis manos, cuando respiro entre sus paginas, cuando leo la fecha inscrita en la primera pagina, el día que lo compré y donde. Y el hombre que amé en aquel preciso instante se me aparece, en aquel mes, en aquella estación de plata, de luna de plata sobre una cama azul y ocre.

Cada libro es único en recordarme todo aquello que fue y aquella que fui. Cada hombre hizo de mí mujer, me creció, me moduló. ¿Te acuerdas? me murmuran el titulo y el autor. Sí, me acuerdo. Entonces se crea como un entendimiento entre el libro y yo, entre este presente y el pasado que sigue presente gracias al libro, entre aquel hombre cuerpo e imagen de una eterna habitación interna, reconocimiento hacia algo tan efímero y fugaz como es el Tiempo en la vida de una mujer.

Poniendo orden en mi biblioteca es como poner orden en mi vida, es mirar aquellos encuentros que hicieron de mi una mujer desde otra perspectiva, desde este espacio seguro que es el libro, un espacio que parece limitado pero que no lo es. ¿Acaso el mar tiene un limite? Ellos, los libros, los hombres siempre estarán. Fuente de vida son y serán.

¿Pero que haces aquí? le pregunto a este libro un poco escondido detrás de otros, como olvidado, dejado de lado. Treinta Cuentos Argentinos de 1880 a 1940 de la editorial Guadalupe con prologo y notas de Angel Mazzei. Me lo regaló Eduardo, un bello argentino de ojos claros y pelo oscuro. Que guapote que era, alto, impresionante sobre todo su mirada que yo sentía cuando le ofrecí el papel de Yerma en el teatro de la Universidad McGill, aquel verano de mis 20 años y se lo dije varias veces, yo no soy Yerma, tú te has enamorado de Yerma pero yo no soy, yo solo he sido esta mujer fuerte y valiente sobre las tablas, en la vida soy otra, más salada si quieres, más débil también y mientras bebíamos un Rhum and Coke en un bar llamado Eucaliptos su sonrisa me recordaba la de Víctor, y acepté lo que nunca hubiese aceptado Yerma de hacer, y acabé entre sabanas color crema en los brazos de Eduardo. ¿Ves como no soy Yerma? le dije después acariciando su suave cara, Yerma nunca hubiese aceptado esta situación. Toma, me dijo él ofreciéndome este libro de cuentos argentinos que ahora acaricio entre mis manos. Acuérdate de mí cuando un día visites Argentina… Y nunca más supe de Eduardo porque decidí que después de todo Yerma me había marcado una pauta y borré así de la faz de mi tierra sagrada a Eduardo, y desaparecí de su vida como él de la mía. Así van las cosas a veces, entre los hombres y las mujeres.



Ah, este otro libro también es muy interesante en mi vida, L’Etat Sauvage de Georges Conchon, ediciones Albin-Michel comprado en un vieja librería de libros de segunda mano por 25 centavos, un libro excelente, vitriolito, casi espeluznante por su visión sobre colonizados y colonizadores, una historia dura como marfil con personajes corruptos, perdidos… y recuerdo con nitidez aquella noche que fuimos a ver la Premiere de la película basada sobre la novela de Conchon, todos estábamos allí, mis amigos africanos y sobre todo mi amado Touré que siempre miraba todo lo que le rodeaba con una cierta relatividad, un détachement suave y triste y hasta me contemplaba a mí de esta manera. La película en aquel entonces no me gustó por justamente el racismo que mostraba con tanta claridad y tampoco yo había leído aún el libro. Cuando lo leí, hace poco, me pareció todo tan claro y tan nítido y ahora entiendo aquella mirada como separada de todo de mi amigo Touré y me perdono mi intransigencia hacia él y la suya hacia mí. ¿Cómo ponerse en la piel de un africano? Es muy difícil y hay que leer también este otro libro que Touré me regaló antes de nuestra separación como amantes pero no como amigos, Peau Noire Masques Blancs de Frantz Fanon editorial Points y donde mi amigo escribió sobre la primera pagina estas palabras : No olvides nunca que todos somos africanos, Touré, Montreal, 1980.





Es así, es así pienso contemplando mi biblioteca que siempre tiene algo que enseñarme, puntos oscuros que de repente se iluminan, desorientan, apuntan.


Ah, y he aquí La vieja sirena de José Luis Sampedro, otro regalo y este de mi amigo Alejandro que vino a visitarme, navegante valiente, después de haber leído uno de mis cuentos colgado en algún lugar misterioso de la red, otro hombre en mi vida que despertó en mí una alegría intensa que yo había perdido. Era muy joven, mucho más joven que yo y casualmente parecía un personaje de las novelas de Erica Jong que yo estaba leyendo entonces ya  que Erica  dice que todas las mujeres necesitan un hombre de 20 años en algún momento de sus vidas. Pues eso. Alejandro fue este amante joven y audaz y bueno. La vieja sirena lo leí después y fue un libro que me dolió mucho a tal punto que recuerdo haber llorado en el metro un día y haber decidido marcharme de Montreal. Lo que hice.



Curioso, esto de los libros pero mas curioso esto de los hombres. Pero es así, en todo caso es así en mi vida. Hay otros libros, muchos más, hubieron varios encuentros, todos diferentes los unos de los otros, cada uno especial en sí a la imagen de un libro, puertas, ventanas, caminos oscuros, otros muy claros, novelas, libros de psicologia, libros de historia, ensayos, libros que he olvidado, otros que están en lugares especiales de mi vida y de mi biblioteca. En la vida o mejor dicho en las vidas de cada mujer siempre, en lo relacionado al tema de los hombres, desaparecerán algunos, volveran  a aparecer otros, importantes, otros menos importantes ya que todo es muy relativo y sobre todo cuando se habla de los hombres pero casi siempre vitales, es un decir. Poner orden en esta mi biblioteca es pues necesario, una meditación apacible, buena, tampoco muy triste. Me doy cuenta de lo mucho que he vivido, de lo mucho que he amado y  crecido, de lo mucho que he leído y de lo importante que es recordar con amabilidad aquello que fue y siempre será.

viernes, 6 de mayo de 2011

En la playa con Virginia Woolf

William Turner
He decidido irme de casa para unos cuantos días, alejarme de mi esposo, de mi trabajo, y venir aquí con Laika, en esta playa, una buena habitación en casa de Susana que ha dicho que la perra es una preciosidad, en esta playa inmensa y llana y buena, la playa vacía a estas horas y siempre me ha gustado este momento como de soledad amarilla, donde el silencio es este mar, esta voz de mi infancia cuando volvíamos y que yo sentía aún el mar en mí, su movimiento perpetuo que mi cuerpo seguía abrazando, el sol fuerte, brillante y tenaz, algunas voces a lo lejos, yo sentada con un libro de Virginia Woolf sobre mis rodillas.



La perra a mi lado deja que la luminosidad la habite, leo y de vez en cuando le acaricio la cabeza, es una buena novela, como todas las suyas pero esta es bastante accesible aunque todo sea percibido desde la mente de cada personaje, ah, una niña sola que mona con su bikini azul oscuro, la mente, el alma, cuantas veces se hacia esta pregunta, quien soy, como es esto que siento esto, indagamos esta impresión, busquemos la raíz de lo que estoy sintiendo, de esta percepción vaga pero insistente, vayamos más lejos, siempre más lejos, en todo, siempre ella ha sido una innovadora, la niña mira a lo lejos es un punto oscuro entre tanta luz, como una flor de lavanda en medio del desierto, me pregunto donde estarán sus padres, pero no, no hay nadie solo unas voces a lo lejos como en eco, como en aquella tan bonita película de Jacques Tati, todo como alejado y cerca a la vez, sus palabras me llegan desde tan lejos, su mundo, esta visión abierta permitiéndome verla bajo varios ángulos, siempre una nueva y mas profunda Virginia accesible, abierta, bondadosa y generosa ya que aquí esta la novela, algo que ella ha escrito para que yo pueda leerlo sentada sobre la arena, un exquisito regalo y siempre ella está, siempre estará al igual que este mar con su voz infinita, la niña solitaria mira el agua verde, a esta hora el mar se transforma en bosque marino, no se mueve, solo mira como hipnotizada pero quizás es solo una impresión, Laika también la ha visto, sus orejas apuntan el cielo, mirada fija y concentrada.



Esta novela me recuerda que todo es indefinido, casi sin forma absoluta, como un paisaje bajo la niebla o como bajo el brillo suave de la lluvia, los personajes se mueven en ondas, produciendo imágenes fractales, caricias en el aire que crean colores y formas cambiantes rozándose unas contra otras, bajo una luz efímera van y vienen, lentamente, cada personaje en su propio espacio de sensaciones, cada personaje en su soledad, en su mente que es impresión, nada definido ni compacto, solo somos impresiones desde el más allá del yo, impresiones, impresiones, búsqueda, palabras que van y vienen en la mente y forman cuadros abstractos de formas misteriosas, ¿solo esto? Sí, solo esto. Impresiones que hacen remolinos en el agua, ondas sutiles, entre ellas se rozan, brisas humanas pero cada una única, y esta niña ahora se ha movido ligeramente y a paso de tortuga se aleja, flor llevada por el viento, se aleja y dentro de poco solo será un puntito apenas perceptible en el horizonte de esta playa donde estoy leyendo una novela de Virginia Woolf, sobre mis rodillas esta este libro y dejo que el sol me acaricie, yo y Laika dos puntos oscuros en esta playa donde he venido a reposarme de la vida pero dos puntos indefinidos, sin forma, etéreos en esta inmensidad amarilla.

lunes, 7 de febrero de 2011

Secretos y rumores de familia


Los secretos de familia son como viejas sombras que se nutren de emociones y situaciones dolorosas que no han visto la luz del sol. Estos secretos viven de la oscuridad, de nuestra más y profunda oscuridad.


En el comedor del piso de mi abuelita percibo ligeramente estas entidades, como pájaros nerviosos. Nos rodean y ríen de nosotros, reunidos otro año para el cumpleaños de la abuelita. Me vuelvo de lado para dejar que el sol, que entra oblicuamente desde la ventana, me acaricie las manos. Es un día de invierno como tantos otros, es domingo y hemos tenido que hacer la comedia, ir a misa a escuchar al cura decir tonterías sin-sentido, con paciencia hemos vuelto al piso después de haber pasado por la pastelería a comprar un brazo de gitano, gestos y acciones casi mecánicos, rituales que a mi punto de vista ya no tienen sentido. Ya hace tiempo que siento que me estoy alejando de este grupo de personas que durante mi infancia habitaron mis juegos y sueños. La separación física ha hecho que de repente me sienta aún más extranjera aquí que allá. Esta constatación me hace sonreír, y mi prima Hermione, que siempre se fija en todo me pregunta ¿qué es lo que pasa en mi pequeñito cerebro?


Mi prima Hermione es una snob, ya hace tiempo que lo sé. Le contesto que en mi pequeño cerebro acaban de pasar dos pájaros azules. Hermione hace una mueca, siempre le han complicado la vida las metáforas. Se enciende un cigarrillo y me pregunta, esta vez, qué es lo que voy a hacer en este país de gente sobre dotada. Esta vez no sonrío, esta vez me sale la risa a carcajadas.


¿Qué secretos hay en nuestra familia, secretos oscuros que habitan nuestra cueva más profunda? Qué es lo que nunca se ha dicho pero que muerde la raíz de nuestro árbol familial? Rumores corren de que tío Bastiano, el que vive ahora en un país oriental, hubiese abusado de… O que tía Helena, la de Islandia, cuando de chiquita fue… Quien sabe. Y sin embargo estos rumores abren como una ventanita hacia algo más intenso, dan relieve a tantos malentendidos y malas posturas. Yo siempre he visto la familia, y más últimamente, como un animal deformado y disforme. Me gustan estas metáforas.


La abuelita nos mira desde su sillón verde, un sillón que fue comprado de un príncipe árabe que pasaba por el muelle y tío Ernesto, que trabajaba en una tienda de antigüedades en el barrio gótico, lo obtuvo por 5 mil pesetas. Esta es la historia oficial de este sillón que nadie podía ni puede utilizar, solo la abuelita que ahora festeja sus 90 años. Pero me pregunto yo qué hay más detrás de este sillón que tiene unas patas en forma de garras de león. También se insinúa que la abuelita, cuando de joven, fue una gran belleza admirada por muchos hombres y… Bueno, se dicen tantas cosas. Nunca podría imaginármela en otra forma que la que estoy admirando, la de una abuela sensata y derecha, con principios e ideales muy correctos.


Y este primo mío, el adorable Janus, también corre el rumor de que una tarde de verano, con la vecina… No me extraña, es muy adorable. Tiene el pelo castaño, ahora ya con filamentos de plata, y sigue teniendo estos ojos verdes que me recuerdan estas piedras preciosas que llevan los reyes del Oriente en las películas estupidas que han hecho los americanos en aquellos tiempos de tanta ignorancia. Bueno, siguen aquellos tiempos. En este país, me doy cuenta, las cosas han cambiado pero el fondo sigue el mismo. No lo digo muy alto, Hermione me haría otra mueca, y de muecas ya empiezo a estar harta.


¿Quienes son, después de todo? Apenas los conozco y aun menos los reconozco. Durante muchísimos años me los he estado imaginando igualitos que cuando de niña me subí al avión para irme de esta mi tierra. En mi mente, o mi pequeño cerebro como diría Hermione (y tiene razón), ellos no habían cambiado. Seguían como antes, como yo les quise, juguetones, misteriosos, felices, inocentes. Cuanta vanidad la mía de no quererles cambiantes, cada uno a su manera, libres e independientes de mi propia existencia. Ahora los veo como me ofrecen que son, ya que en el fondo todos llevamos encima unas mascaretas bien puestas, y yo también llevo la mía que esconde miedos e inseguridades cuando lo que ofrezco es la imagen de una mujer fuerte y valiente. Vaya, vaya. ¿Y qué secreto negro me habita? ¿Qué rumores me persiguen? Tampoco me importa mucho, aunque sí, me importa.


Un día tendremos que sacar al aire contaminado de esta ciudad mítica que es Barcelona nuestros secretos familiares, será la única y sola manera de curar algunas heridas que nos persiguen como pájaros azules enfadados de tanta oscuridad. Mientras tanto seguimos como si nada, creyendo que no pasa nada.


La abuelita me hace un guiño. Sabe que cuando todos se marchen, quedaremos juntas ella y yo y podremos hablar del pasado. Quiero preguntarle un rumor que corre sobre mi madre: parece ser que se enamoró locamente, antes de conocer a mi padre, de un marinero americano, un hombre de ojos pardos. Y yo también tengo ojos grises. Nunca se sabe, alomejor tengo un padre marinero, y yo sin saberlo.

domingo, 30 de enero de 2011

Un viejo libro de recetas y un viaje a la Proust


Entre mis manos un viejo libro de recetas que mi madre recibió un día de una de mis tías.


Es un libro tan viejo y tan usado que las paginas apenas se aguantan por ellas solas. Ya no tiene ni tapas. ¡Ha sido tan utilizado primero por mi madre y luego por mí! Pienso que es un libro eterno, por muy viejo que sea, por muy usado que esté.


En él hay recetas que, al releerlas, me recuerdan a mi madre, a mi padre, a mi hermana, a mi juventud y adolescencia. Me rememoran aquellas tardes de invierno cuando yo iba a verlos y preparaba para ellos buñuelos de viento. Mi padre se ponía muy contento porque mi padre tenía una boca azucarada, como yo. Luego disfrutábamos comiendo los buñuelos y jugando a encontrarles formas de animales, de objetos.

Cierro los ojos. Oigo la voz de mi madre, desde la habitación donde siempre la encontraba estirada, sea mirando la televisión sea simplemente con su mirada ensoñada.


Mi madre siempre se ponía contenta al verme, siempre me pedía mi presencia, siempre demandaba que yo estuviese con ella. Mi Lydia, decía de una manera tan entrañable.


Pero yo me fui, me fui muy lejos para no oír más aquella voz llena de soledad y de tristeza.


Acaricio el libro de recetas. Es tan viejo y usado que lo tendría que tirar a la basura, y comprarme uno nuevo, sin manchas, con tapas, sin memoria. ¿De qué sirve recordar? ¿De qué sirve viajar en el tiempo, retomar el tiempo en este pasado que ya no existe? Mis padres ya no están, ya nunca más volveré a hacerles buñuelos. Ya nunca más volveré a oír la voz de mi madre, llamándome.


Sin embargo… sin embargo ellos, tengo la impresión, siguen ahí, en algún lugar, esperando mi llegada, esperando mi presencia. Y no solamente ellos sino la casa, los objetos, los muebles, este libro de recetas. Todo sigue ahí, en el pasado, en este trozo de memoria, en este programa mental de mi memoria, esperando, quietamente, mi retorno.


¿Pero por qué? ¿De qué sirve volver en algo que ya no existe, inconsistente, efímero y fugaz?


Será que Proust tenía razón: uno vuelve en el pasado para entender. ¿Pero entender qué? Todo esta hecho y dicho.


Los ojos cerrados me veo en aquella cocina, preparando unos buñuelos que mi padre espera con tanta ilusión. Una ilusión infantil e inocente, llena de una alegría que yo nunca supe ver en él. Me doy cuenta que durante el tiempo que él y yo estuvimos juntos en este camino que se llama vida, yo nunca supe ver aquella ilusión y alegría de mi padre al prepararle los buñuelos. Ni tampoco en otros momentos.


Mi padre sonríe. Nunca supo decirme que me quería, nunca supo decirme que apreciaba mi presencia, esto lo he aprendido luego, porque hay algo que la vida enseña y es mirar las cosas desde otra perspectiva; y yo nunca supe ver que aquella ilusión suya, que se despertada como un palpitar de alas, cuando decía: ¡Papa! ¡Ven a comer los buñuelos! era una manera tímida de decirme todo lo que no supo ni pudo decirme.

Desde aquí, desde este presente, gracias a este libro de recetas, puedo de nuevo ver sus ojos, pequeñitos y su mirada, muy tierna, muy suave, y puedo sentir el placer que sentía cuando comía mis buñuelos y decía que estaban buenísimos.

Desde aquí, desde allá, puedo de nuevo contactar con mi padre, más que cuando estábamos juntos, mucho más que cuando nos veíamos y rabiábamos o cuando nos veíamos y yo le ignoraba sea por miedo, por temor, por ideas falsas que yo tenia de él. Hoy puedo mirarlo en los ojos, en estos ojos tan oscuros que nunca tuve el coraje de mirar de cara, estos ojos llenos de misterio, de dulzor, de paternidad.


Ah, mi padre, mi querido padre…


De repente me siento como muy feliz y abro los ojos y miro con cariño al viejo y usado libro de recetas. Quizás prepare buñuelos hoy, en esta tarde de invierno, gris y suave.