domingo, 30 de mayo de 2010

Una cita a ciegas





Ya lo dije: mi tía no puede soportar mi celibato. O lo que ella cree mi celibato.

No entiende lo bien que una está sin necesidad de nada, viviendo en la simplicidad. No entiende la felicidad de la soledad, acompañada de libros y animales. Ella lo que quiere es verme con un hombre, cueste lo que cueste. No se porque, francamente. Ya, algunas veces, me ha presentado algunos, la mayoría muy serios y bastante aburridos. El ultimo me estuvo hablando durante tres horas de un tal Tesla… y yo sin entender ni piu. En sus tardes de té mi tía me los ha ofrecido en una bandeja al lado de algún pastelito de crema. Y yo siempre, pero lo que se dice siempre, ni fu ni fa. Soy bastante dura en este sentido, hay que decirlo.

Pero mi tía es una mujer persistente, con mucho carácter y no es por nada que mi tío, cuando tenía ganas de fastidiarla la llamaba: la mujer con patas de burra. Y seguidamente me hacia un guiño porque a cada vez mi tía se acercaba a mi tío con su monedero de piel de vacuno y se lo enseñaba diciendo: tú estas aquí gracias a esto. Así que cállate o el burro se larga y te quedas sin cena. Y mi tío bajaba la cabeza sonriendo.

A mi tía la conozco lo suficiente para saber que quiere que me case con uno de sus amigos, o un amigo de un amigo, hombres de bien pero yo ni hombres de bien ni hombres de mal. A mí que me dejen en paz, por favor. Siempre, pero esto en todas las épocas, a las mujeres sin hombres las han fastidiado. Y tratado muy mal. Además ya es muy tarde para estas tonterías. Como no recordar a las solteronas, las liberadas de la época, las únicas que podían viajar y pasárselas bomba. Pero no, tenían que apuntarlas con un dedo y hasta tratarlas de locas, de insanas, de histéricas. Las histéricas eran más bien las casadas, obligadas de cocinar sin tregua para sus queridos esposos. !Válgame dios¡ Vaya regalito.

Fue gracias a mi tía que un día conocí a Eduardo, mi amigo obsesionado por los Iluminatis y por la teoría de los reptiles. Todos tenemos nuestras manías, no cabe duda. Pero esta, la de creer con fe absoluta que unos tíos sentados en lo alto de una pirámide, (y además con cabeza de serpiente o de lagarto) sean capaces de controlar el curso de la humanidad me parece la más inverosímil. Se lo he dicho varias veces a Eduardo, le he pedido amistosamente que cambie de manía.

- ¿Por que no te interesas en los volcanes? Dicen que hace falta una nueva generación de estudiosos en este tema que parece muy interesante y los volcanes están de moda.

¿Y qué me contesto Eduardo? ¡Que los volcanes estaban controlados por los Iluminatis! Me quedé de piedra. Hasta se me fue la sangre de la cara y tuve que tomarme un traguito de alcohol de hierbas que una de mis vecinas recibe de una de sus primas, allá en el Norte. Aquel día sentí mucha ansiedad por Eduardo, una ansiedad que se me ha ido, evidentemente, porque hay que aceptar a los amigos como son, con sus locuras. El siempre me recuerda que yo estoy obsesionada por la sangre que corrió en las trincheras. Entonces mejor callarse.

A Eduardo lo conocí pues en una exposición donde mi tía me envió por un recado, un recado inventado por supuesto. Mi tía, MI TÍA, me había preparado una cita a ciegas con un tal Eduardo, profesor a tiempo parcial de matemáticas de mi primo pijo Julián, el niño mimado de mi tía. Mi primo Julián, que no tiene ninguna manía en particular y esto hace que no es un primo interesante se siente sin embargo atraído hacia mujeres con mucho dinero. Y yo, francamente, no encuentro interesante el estudio de estas mujeres que parecen de cera, que son delgadas como velas y que tienen un cerebro de pajarito. Me importan un bledo las ricas de Marbella. Pues a mi primo le encantan y adora las bobadas que dicen y de la manera que visten. ¡Hasta mira un programa en la tele sobre ellas! Cuando le dije muy seria un día que se asemejaban, bajo mi humilde punto de vista, a unas prostitutas de categoría, (y no dije baja categoría para no clavarle el puñal más a fondo) mi primo cesó de hablarme durante varios meses. Parece ser que le pidió a mi tía que parase de regalar pastelitos de fresa a mis perros, que los adoran. Increíble pero cierto.

Eduardo vino pues a mi socorro, aquella tarde de otoño, cuando entré en la sala de exposición. Yo tenía entre mis manos un sobre de parte de mi tía para un tal… Eduardo. Luego me hizo visitar la exposición que era de un pintor muy conocido y admirado y muy moderno, de estos que lanzan con fuerza bestial el pincel sobre la tela blanca e inmaculada y lo que queda sobre ella, rasguños y tonterías, los expertos lo llaman Obra de Arte. Cuando se percató de mis bostezos, después de ver unas cuantas de estas malditas Obras, me pidió si aceptaba de acompañarlo a cenar. Entonces le dije que no. Que no aceptaba de ir a cenar con un hombre que admiraba rasgaduras artísticas. Y fue cuando me dijo que lo que a él le interesaba eran los trabajos subterráneos y misteriosos de los Iluminatis. Y me confesó que mi tía había montado nuestro encuentro. Pero esto yo ya lo había sospechado antes.

Acepté la invitación de la cena, después de todo empezaba a tener hambre. Fuimos a un restaurante de estos que comes muy poco pero pagas mucho, pero bueno, era con el dinero de mi tía. Fue entre dos platos minúsculos que me di cuenta de lo loco que estaba Eduardo. No paraba de hablar de sectas, de fin de mundo, de control de la atmósfera con maquinas extraordinarias, de eugenismo… Yo lo miraba y estudiaba como de muy lejos para no entrar en su locura. Los ojos le brillaban mucho pero se notaba que todo esto le hacia sufrir. Era muy sensible al dolor de la humanidad, dijo. Esta humanidad que pronto desaparecerá en un cerrar y abrir los ojos ya que la mayoría de la gente se pasaba la vida entre el trabajo y la tele sin percatarse de nada. Y ahora sin trabajo y solo con la tele. En esto ultimo tenia razón, el pobre Eduardo. Se puso muy contento cuando le dije que yo había regalado mi televisión a una vecina a cambio de una docena de huevos cada 15 días.

Después de la cena, si se podía llamar aquello una cena, decidimos ir al cine. A Eduardo le gustaba el cine clásico, a mí también. Daban en la filmoteca una de Chaplin, El Gran Dictador. Le pregunté si Chaplin había sido un Iluminati. Me dijo que posiblemente pero no estaba seguro. Que me llamaría aquella misma noche para decírmelo. Y desde entonces de vez en cuando, ya lo he dicho, Eduardo me llama hacia las tres de la madrugada para notificarme algo, o que los Iluminatis acaban de emprender una nueva cabala, o un nuevo plan, o que la guerra esta a punto de empezar, y que se yo cuantas otras cosas. Es bastante pesado.

Después de aquella verdadera obra de arte de Charlie Chaplin fuimos a tomar un café.

- Oye, ¿y que le decimos a tu tía? La pobre estará muy decepcionada.
- Mi tía es una pelma. Le podemos decir que no nos gustamos en nada. Que no soy de tu agrado porque a ti te gustan las gorditas. Y yo le diré que los hombres que tienen que perder algunos kilos me caen fatal.

Se quedó pensativo, un poco triste de tener que perder algunos kilitos de grasa. No le dije que a mi me gustan más los hombres rellenitos que los que presumen de delgadez. No vaya a ser que se hiciese ideas en la cabeza. Aquella misma noche, más tarde, me confirmó por teléfono que Chaplin no había sido un discípulo de los Iluminati. Y me aseguró que el lunes iría en busca de algún gimnasio. Dije vale, vale. Y seguí leyendo, en paz y sola, a Maurice Genevoix en su Ceux de 14, sous Verdun.