domingo, 19 de septiembre de 2010

Ha muerto Sarah

Al traerles unos pastelitos Santiago e Inés me han anunciado la muerte de Sarah. Lloraban los dos, la conocían desde tantos años.
Y es así que los he acompañado aquí, en el tanatorio del pueblo vecino donde casi toda la familia de Sarah ya ha llegado desde el Norte del país.

En un tanatorio los visitantes son de variadas especies, todas muy interesantes. Hay los que lloran sin parar. Lloran inconsolables, tristes y desamparados, quizás hasta lloran por nosotros, por todos, por los muertos y por los vivos. Y hay los que están muy serios. Estos no lloran. Sus caras son como mascaretas rígidas e impenetrables. Hay los que pasan, amigos que se han enterado por otros vecinos. Estos miran como sorprendidos y quizás hasta estén felices de estar vivos. Siempre acaban hablando de otras cosas, del último coche o del ultimo partido.

Yo soy una vecina, no conocía mucho a Sarah, solo de haberla visto de vez en cuando cuando venia a traer restos de comida para las gallinas de Amparo. Una mujer elegante, muy agradable, siempre sonriente. Ha muerto esta tarde, de un paro cardiaco. Así, de repente. Sin más. Como si un rayo le hubiese caído encima.

Los hijos han llegado todos en el mismo coche, pálidos, como medio atontados. Al entrar en la salita se han oído sollozos que me han recordado el canto misterioso de las ballenas. Sollozos como oleadas, subiendo y bajando, unos más claros, otros más profundos. No se le puede nada enfrente de un sollozo de ballena, un sollozo de un ser que no entiende lo que está pasando, un sollozo que se alza en los aires como pidiendo una respuesta. Detrás de la vidriera yace el cuerpo de Sarah, dentro de una caja de madera oscura. Esta, para mí, es la respuesta.

Otra vecina se ha presentado con una caja llena de tacitas y un termo con café. Sus manos oscuras de trabajar la tierra han acariciado la frente de una de las hijas.

¡Mamá! otra hija ha chillado. Los hombres, afuera, se han mirado en un silencio íntimo.

Nadie entiende la muerte, por mucho que sepamos que es la única razón del vivir. Por mucha religión y por muchas historias inverosímiles, nadie la entiende, nadie la acepta, nadie la desea. La muerte llega, atraviesa vidas, rompe vidas, atraganta espacios queridos, separa.

En el lapsus de una hora se nos ha ido Sarah, dice el alcalde, su hermano.

En la salita se han infiltrado otros vecinos, entre ellos dos ancianas. Las miro de reojo. No sé porque pero las ancianas saben comportarse con elegancia cuando la muerte se presenta. Es cosa de experiencia, digo yo. Mis dos vecinas están sentadas y están presentes. Están. Son como dos columnas inmóviles, fuertes, imponentes. Solo mirarlas me produce una calma extraña y bienaventurada. El esposo de Sarah, sentado en frente de ellas, desconcertado mira fijamente sus manos.

Más tarde vuelvo al pueblo con Inés y Santiago. Los acompaño hasta la puerta de su casita, muy cerca de la mía. Nos deseamos buenas noches y si dios quiere nos veremos mañana. Antes de entrar en mi casa respiro hondo. Y me quedo un ratito mirando las estrellas allá arriba, muy brillantes.

4 comentarios:

la granota dijo...

El Gran Misterio.

Flor de Ceibo dijo...

Una buena pintura de un tanatorio (por aquí lo llamamos velorio).
No me gustan. Prefiero algo muy íntimo y cortito.
Lo que sé es que la muerte es lo único que nos hace iguales.
Un beso argentino

Lola dijo...

emotivo y real relato. Es verdad que todos nacemos para morir. Los tanatorios son frios e impersonales y cómodos, pero ¿comodos para quien?
Un beso de tu amiga Lola

Lydia dijo...

Los tanatorios tendrian que ser lugares bonitos, que permitan la intimidad y que permitan que el que acaba de morir pueda seguir expresandose, sea escuchando su música preferida, o recitando frases de sus libros preferidos...Un lugar tambien donde uno pueda recogerse, meditar y orar para que el espiritu de la persona se vaya en paz. Todo esto nuestra cultura lo ignora, y esto porque somos los hijos de una cultura ignorante y bastarda que ve la muerte de una manera macabra, que no tiene ningun respeto por el espiritu, ni por la intimidad ni por el recogimiento. Francamente, más adulta me vuelvo mas rechazo esta cultura mia. No me gusta, la encuentro bruta, insignificante y poco delicada. Es una cultura que tiene la muerte como un tabú, que nos ha enseñado a temer de la muerte. Que no respeta la muerte pues no respeta la vida. Os lo digo, rechazo completo de esta cultura barbara e inculta. Despues dicen que los otros son unos salvajes. Los salvajes somos nosotros.

El tanatorio es un espejo de lo que somos en vida, un lugar frío, impersonal, mercantilista.

Gracias por vuestros comentarios!