miércoles, 8 de abril de 2009

El pequeño Dios de las cosas







Soy camarera de piso no por gusto pero por obligación. Es un trabajo duro, físico. Es un trabajo como cualquier otro y me gusta el horario. Además, trabajar en un hotel es muy entretenido, es como estar en un barco y muchas veces es un barco a la deriva.

Con los años he aprendido algo y es que el trabajo, sea cual sea, es un camino de aprendizaje.

Nunca hablo de esto con nadie, ni con mis compañeras de trabajo ya que ellas solo trabajan para ganar el sueldo y trabajan como en una prisión. Sienten que el trabajo es una cadena.

Mi trabajo es, para mí, una liberación. Y una de las razones de esto es porque soy capaz de ver el pequeño Dios de las cosas.

Tampoco hablo de esto con mi marido, del pequeño Dios de las cosas que hace de mi trabajo un camino muy especial. Mi marido es informático y es muy racional.

El pequeño Dios de las cosas es cuando hago las camas con cariño para que los huéspedes puedan tener una buena noche y se levanten de buen humor. Es fácil, es cuestión de ponerle atención. Atención en los gestos, por muy repetitivos que sean. Cuando el pequeño Dios de las cosas está presente nada es indiferente. Este pequeño Dios es alegría y atención.

Atención y alegría para que mi trabajo sea liberación.

El pequeño Dios de las cosas está en todas partes, en mi trabajo. En estas camas que hago, en el orden que pongo en la habitación, en la sincronía que procuro dejar, cuando cierro la puerta y paso a otra habitación. Sincronía, belleza, orden.

Mi pequeño Dios de las cosas me emociona, entonces puedo trabajar en paz, alegre. Los detalles, por muy insignificantes que parezcan, son suavidad y simplicidad. Me gusta la simplicidad, es reconfortante. Es la base de todo, creo. Es la base de la paz interior.

Simplicidad en lo que ven mis ojos cuando pongo orden en esta habitación de un desconocido. A veces es un libro, que acaricio con cariño cuando quito el polvo de la mesita de noche. Otras veces es una foto que el cliente ha llevado consigo, la foto de un hijo, de una novia, de un esposo. Me emocionan estos objetos que hablan de la vida. Me tocan hasta lo más profundo. Un pijama que pliego con suavidad, unos zapatos que enderezo, un osito de peluche que siento al lado de la almohada y que me habla de la inocencia, unas llaves que suavemente armonizo al lado de unos papeles. Perfumes y cremas de noche, a veces medicamentos, pinta labios, peines. Todo me habla de la vida, gracias al pequeño Dios de las cosas.

Otras veces es la energía de una habitación, que este Dios pequeñito me hace vibrar dentro de mí. Energía sutil que el cliente ha llevado consigo: energía amarilla, como si una luz habitase la habitación, energía gris cuando el cliente no está bien, energía roja, azul, energias inteligentes, otras un poco tristes.

Este pequeño Dios de las cosas no es tan pequeño como parece. Es inmenso, como el Universo. Yo lo vivo como un abrazo. Somos, los humanos, unos seres tan insignificantes frente a este Cosmos tan grande, frente a este abrazo tan grande y bello.

Y sin embargo hay grandeza en esta insignificancia nuestra. Hay majestad, hay palacios. Y todo esto, toda esta vida en lo más esencial e intimo, en lo vital y secreto, todo esto está en el pequeño Dios de las cosas.

4 comentarios:

francesc dijo...

Desde las células, cromosomas, átomos........todas esas pequeñas cosas son las que hacen el universo, nuestras pequeñas cosas hacen nuestra vida.
Un beso, franki

Lydia dijo...

Gracias Franki por tus inteligentes palabras.

Un abrazo,

Chapellina dijo...

Lydia, yo también creo en la existencia del "Dios de la cosas". Muy buen texto :)

Lydia dijo...

Chapellina, gracias. Y si, ya sé que tú tambien crees en este pequeño dios de las cosas por tu espiritualidad y simplemente tu abertura.

Un abrazo,