Las abuelas adoran charlar, esto se sabe, es casi una
tradición, hablan y hablan y no hay nada ni nadie que las pare, ni un tren de
alta velocidad podría con ellas, es increíble. Yo recuerdo la mía y era todo
una locomotora: y venga hablar de la guerra, y eso y lo otro mientras yo
procuraba leer en paz a mi amado Stephen King pero no había manera, la voz de
mi abuela lo podía con todo, hasta con el canto de los pájaros del jardín que habían
parado sus melodías en un silencio misterioso como escuchando sus historias de
familias destrozadas, vidas aniquiladas, rutas y calles y ciudades abiertas
como grandes pozos heridos. Mi abuela tenia, hay que reconocerlo, mucha
imaginación, casi o mas que el maestro King. Y hablaba mientras tejía y también
decía cosas extrañas como que en la guerra no solo quedan muertos en el suelo,
no hija mía, lo que queda también son fantasmas. ¿Fantasmas? preguntaba yo
extrañada. Sí, fantasmas, decía ella con ímpetu, y muy potentes y vagan, vagan
sin cesar en esto que vosotros llamáis tiempo linear pero ¡ojo! ¡de linear
nada! El tiempo, repetía mi abuela, es todo menos una serie de acontecimientos.
El tiempo es circular, repetitivo y con varias capas, el tiempo se olvida a veces de que “las cosas ya han
ocurrido”. Yo la miraba con curiosidad. Ya veras, insistía mi abuelita. Ellos están,
estos fantasmas, y caminan entre nosotros y cuando menos te lo esperas toman
posesión de lo que fue, vuelven con sus historias inacabadas, insisten en
replantearse en este momento, este tiempo. Ya veras, decía ella mirándome de
reojo.
jueves, 11 de octubre de 2012
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