sábado, 13 de octubre de 2012

La Lista




A nuestra edad tenemos historias que contar y experiencias y memorias de varias vidas, las de nuestras madres y abuelas también, nuestros antepasados, nuestras familias. En casa las historias sobre la guerra eran mis preferidas ya que en la mente de mi madre, la contadora,  aquellos años fueron una gran aventura llena de peligros y desafíos. Las contaba siempre como la niña que fue,  con inocencia e ingenuidad, casi en una dimensión  de inconciencia. Una de sus historias, mi preferida, siempre la recuerdo con cierto estremecimiento. Cuenta mi madre que un día mi abuela, sentada en el gran comedor ya tarde la noche  tibia de agosto del 36, oyó como se reunían unos hombres en la casa del lado. Hablaban fuerte y mi abuela llegó a escuchar la conversación que se tramaba. Iban nombrando, de una lista, ciertos nombres de habitantes del pueblo, y a cada nombre le daban una sentencia: no o sí. El no era dejarlo vivo, el sí ejecutarlo. En un momento dado nombraron a mi abuelo, el farmacéutico. Mi madre, al llegar a este tramo de la historia, para de hablar durante unos segundos para dar énfasis a la situación, hacerme ver en este silencio la gravedad de aquel momento, hacerme sentir que en aquel instante mi abuela se quedó ella también en un espantoso silencio interior, como en el borde de un precipicio, a punto de caerse. Mi corazón de niña latía fuerte. Los ojos de mi madre brillaban de una luz extraña. Los hombres decidieron por el no ya que un farmacéutico en un pueblo era importante y ya que mi abuelo nunca había hecho política, no había sido de ningún bando y se había negado a presentarse como alcalde. Esta historia, que yo siempre pedía a mi madre de contarla, es mi preferida de todas. Y mi madre terminaba diciendo siempre las mismas palabras: cuando tu abuela nos contó todo esto al día siguiente, lloraba.

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