martes, 20 de abril de 2010

La viajera



Hay momentos en nuestra existencia que son literalmente bifurcaciones y nuestro futuro depende enteramente de ellos, puntos claves en nuestra vida.


Recuerdo uno de estos momentos. Mi amigo Jean-Marc me invitó a cenar en un restaurante japonés para festejar mi cumpleaños que otro año pasaría inapercibido en casa ya que vivo con un hombre que se olvida de todo tanta es su inercia. Jean-Marc y yo nos dimos cita en una gran librería de la capital y al salir de la tienda recuerdo que me preguntó que es lo que prefería mas en mi vida: si los animales o los libros. Y yo no pude contestarle porque mi vida sin todos ellos no tendría sabor alguno.


Fue la primera indecisión de aquel día.


Era una jornada muy azul, con un cielo hinchado de nubes perlas y espesas, uno de estos cielos de tu infancia, abierto y tierno, cúpula artística y llena de formas extrañas que permiten a la imaginación trabajar. Mi amigo me acababa de regalar un libro de viajes, justamente. The Cruel Way, de Ella M. Maillart. Paseando por la Gran Vía discutíamos sobre como ahora era más difícil viajar y esto aunque el mundo se había abierto más y más. Las guerras y las revoluciones presentes hacían más difícil llegar hasta ciertos lugares tan misteriosos y tan bellos como Afganistán, Turquía, Irán, Irak… Quizás también nos habíamos vuelto menos valientes, y nuestro propio conformismo era la mayor frontera y la mayor barrera que teníamos y que nos impedía ser libres como lo fueron los viajeros de principio del pasado siglo.


En el restaurante japonés lo primero que pidió mi amigo fue una botella de sake. Seguimos hablando de libros y de viajes. Del paralelismo entre la lectura y el viaje. Cada libro es una aventura que empieza, una aventura espiritual, una aventura de conocimiento y de entendimiento. Nuestra epopeya interior enriquecida mas y mas gracias a las lecturas. También, una continúa meditación sobre la existencia y sobre uno mismo. Este quizás era el objetivo de la lectura, conocerse a fondo. Además de curarse de tantas cosas, que es una manera de amarse, de amansarse, de profundizarse y de viajar.


El sake tenia un gustillo amargo que me recordaba historias de bebidas y de comidas, de bocas, de gustos. Colette, por ejemplo. En sus viajes siempre reflexionaba sobre el paladar, parte esencial del conocimiento. Mientras tanto Jean-Marc me hablaba de su próximo viaje, en el desierto de Gobi. Y así, de repente, sin más, me pidió si quería acompañarlo.


Recuerdo que el gusto amargo del sake en mi boca se transformó en algo tan suave y tan bueno que me puse a reír, pero de una risa que tenía gusto de miel. Mis ojos reían también, algo que no ocurría muchas veces, últimamente. Que guapo me pareció mi amigo en aquel instante que abracé con una fuerza de gran ternura. Quizás todo esto porque detrás de la mirada de mi amigo brillaba un cariño excepcional, con mucho entendimiento, una especie de sabiduría materna, mansa, flexible, cordial. Estaba tan a gusto, tan simplemente en paz con migo misma, como cuando entraba en los libros de estas grandes y valientes viajeras y que con ellas atravesaba desiertos y montañas y lugares con nombres tan magníficos como Baluchistán, Persia, Isfahán, Elburz, Tashkent, Kirguistán… Todo me parecía de repente tan accesible, a la otra punta de mis manos, aquí, tan cerca, tan posiblemente cerca.


- No puedo, estoy casada con Paul.


- Pero sabes que él no dirá nada, siempre me has dicho que puedes emprender lo que quieras aún con Paul en tu vida…


Y ahí fue el segundo momento de indecisión.


Ha transcurrido algún tiempo desde aquel día. Jean-Marc murió, hace un par de años, en un accidente de avión, cerca de Istambul. Yo sigo con mi esposo apático a toda la realidad, encerrado en su mundo. Por la noche, al volver de la cena japonesa me miré largo rato en el espejo. Vi a una mujer un poco triste, pero muy cercana a mi misma. Al día siguiente lo primero que hice fue ir a la peluquería a cortarme el pelo.



domingo, 4 de abril de 2010

Cartas desde las trincheras




Hay algo que no entiendo y que nunca entenderé y es este afán que ciertas personas tienen en no querer tirar nada. Me parece increíble. Es como si uno quisiese guardar, infinitum, el primer sostén. ¿Pero para qué, madre de dios? ¿Para colgarlo a la pared? ¿Para recordar que una era libre, sin esta cosa tan desagradable que te apresa el pecho? ¡Pero bueno!


Los sostenes pasan, como pasa todo y llega un momento en que hay que sentarse y empezar a tirar cosas a la basura. Pero en serio: no que si… que no… que alomejor… Nada. Uno se sienta al lado de una de estas basuras como la que compré en Portugal el otro día, casi tan alta como yo. Una preciosidad de basura. ¿Y para que sirve una basura? Pues para eso, PARA TIRAR.


Tengo que reconocer que puede ser una experiencia difícil, no tanto para ir a visitar a un psicólogo aunque sí que hay gente que tendría que visitarlo en momentos como este. Tengo una amiga, por ejemplo, que guarda hasta las facturas de la comida de sus canarios. Dice que cuando ya no estén sus amores, solo ver una factura de comida para ellos le hará revivir su amor para Petruska y Kanista. No la entiendo. Para mí es un placer tirar. He tirado toda mi vida y la prueba es que casi no tengo nada. Pero aún así quedan algunas cosillas que tengo que liquidar porque no sirve de nada guardarlas. Como estas cartas de mis exs.


El sábado pasado pues decidí abrir esta caja inmensa, llena de cartas. Me senté acompañada por mis perros y gatos en el pequeño y placido patio que tengo e iba sacando las cartas una a una, las leía superficialmente y a la basura. ¿Cómo es posible que haya guardado tanta tontería en una caja de cartón?


Mi amada amiga, cuanto deseo estar de nuevo en tu cama azul… Esto escrito por un tal Alberto mientras estaba disfrutando unas vacaciones en Cancún con otra amiga suya. A la basura.


He decidido dejarte porque es muy duro vivir dos vidas… Ya me había olvidado de esta historia. A la basura, pues.


Estoy tomando un té, pensando en tus largas piernas. El muy sinvergüenza cuando volvió de Turquía se olvidó de traerme té turco. ¿Cómo se llamaba? Iván y sé que era fotógrafo, y muy inteligente. Pero de nada sirve un hombre inteligente si se olvida de traerte té. Así que lo dejé, no solamente por lo del té, que ya es suficiente en mi escala de valores, pero por otras cosas que ni me acuerdo. Pero gordas tenían que ser. Lo que pasa es que todos los hombres en el fondo se parecen. Mi madre tenía razón.


A la basura, todas a la basura estas cartas de amores indefinidos, abstractos, lejanos y se podría decir casi inexistentes. Los años me hacen entender que lo mejor para una mujer es vivir sola, sin hombres. Yo no entiendo muy bien a las mujeres que no pueden vivir sin estar acompañadas por el sexo débil. Dicen que la vida sin los hombres no tiene sentido. Que necesitan despertarse con una presencia al lado porque de lo contrario sienten como un vacío. Evidentemente no saben lo bueno que es dormir sola sobre un buen futón y bien a las anchas, sin piernas ni brazos a la frontera de tu cuerpo para agobiarte para el resto de tu vida. Yo cuando me despierto lo primero que veo son los bigotes de Pandora, mi gata persa, aquí, justo debajo de mis ojos (Pandora adora cosquillearme las ojeras con sus bigotes de plata). Y si me vuelvo de lado veo la cara seria de Pluto, el buldog francés más guapo que hay sobre este planeta. Solo mirarlo mirarme me dan ganas de reír. ¿Acaso pasa esto cuando abres tus ojos y ves a un hombre durmiendo a tu lado con la boca abierta? ¡Venga ya!


A la basura, a la basura y a la basura.


A media jornada mientras me preparaba un buen té chino quien no veo acercarse a mi pequeñito patio: Paquita, la coja. Es así, aquí la gente tiene sobrenombres, es para bien definirlos y no confundirse con otra Paquita. Pues a lo que iba: Paquita se acercó sigilosamente con un plato en las manos, un pastel de plátano y queso que me ofreció mientras buscaba un lugar para sentarse. Le traje una silla que puse al lado de la basura que Paquita miró con curiosidad ya que en España no existen basuras de este tipo. Y luego se informó de lo que estaba haciendo. Se lo dije. Se puso muy seria y dijo que hacia mal, que tirar cartas de amor era un acto de vandalismo para una vejez solitaria. Me iba a arrepentir, insistió:


- Cuando tengas mi edad y ya nadie te mire… estas cartas serán un bálsamo en los largos y grises días que te esperan.


Le contesté que de todas maneras ya nadie me miraba ya que los hombres ahora miran a las niñas de 17 años. Además tenía tantos libros para leer que nunca me aburriría, es imposible aburrirse con tanta lectura sobre lo que ocurrió en los años de aquella tan extraordinaria guerra.


- ¿Pero sigues con esta obsesión?


Paquita sabe mi pasión sobre la Gran Guerra, un día la invité a tomar té y se lo dije. Me miró muy cariñosamente y me empezó a hablar de su madre, que vivió en aquellos años tan terribles. Desde aquel día, después de haberla escuchado durante más de dos horas detrás de un silencio acogedor y atento, la Paquita es mi amiga. Tiene unas cabritas y de vez en cuando me regala queso, un queso verdadero no como estos de cartón que venden en Mercadona.


La Paquita bebía lentamente el té chino y me miraba tirar cartas a la basura, ya ni las leía, sabia que eran de otra vida, dirigidas a otra mujer que ya no existía. Yo no necesito cartas para sentirme fuerte, o viva, o para encontrar un sentido a mi vida. Tirar es bueno, poner orden es bueno. Luego lo que hice fue lo siguiente: me volví a hacer un té, esta vez un té de Irak, y me puse a leer, rodeada de gatos y perros, Lo que queda: cartas de los soldados caidos en el campo de honor, 1914-1918, de Jacques Benoist-Méchin. Una delicia.


jueves, 1 de abril de 2010

Té y conspiraciones


Mi tía Angelina y yo tenemos algo en común, y es nuestra pasión del té. Es un vicio, un pequeñito vicio pero lo disfrutamos como si fuese un pecado mortal.


Cada vez que hago una visita a mi tía, una vez al mes y nada mas, le regalo un té, un té que ella no conoce, un té sabroso y riquísimo llegado de Afganistán o de Irán o de la India. Y mi tía, que es muy pecadora, se pone toda colorada. No se si se siente culpable o no, por mi parte creo que cada uno tiene que arreglárselas con sus pecados.


Es debido a esta pasión del té que mi tía tiene sus “sábados de te” una vez al mes. Yo estoy invitada y siempre voy a regañadientes. No me gusta la masa humana, no me gusta estar con gente. A mi me gusta la soledad, los libros y estar con mis amigos preferidos, mis perros y mis gatos. Pero voy a casa mi tía porque si no voy mi tía no para de llamar por teléfono y de darme la lata. Al salir de casa siempre verifico si llevo conmigo mi Rescue Remedy, del Doctor Bach. Por si las moscas. No me gustaría tener un ataque de pánico en medio de sus invitados.


Aunque sus invitados son siempre los mismos, o mejor dicho las mismas: Adelaida y Dolores. Las dos son muy simpáticas, pero a mi no me gusta la gente simpática. Así que es de mal humor que me siento en frente de ellas. Y de mal humor que las escucho hablarme de sus ultimas compras, sus ultimas comilonas y sus últimos encuentros con el grupo al que ellas están afiliadas, una especie de secta católica y no muy clara en cuanto a sus objetivos: reuniones secretas donde planifican viajes al extranjero para visitar castillos donde los Templarios vivieron; conferencias muy elitistas sobre temas como los Rosacruz o el Catarismo; películas que visionan sobre cierta realeza… Cuando me hablan de esta organización, que se llama “El grupo de los cinco”, hay que ver como les brillan los ojos y como sus voces toman una pauta lenta y estudiada, muy misteriosos los tonos. Pero si creen que las envidio, se equivocan. Yo no envidio a tanta tontería, francamente. La vida es muy simple cuando una vive con perros y gatos y en un pueblo de 20 habitantes. ¿Tan difícil es entender esto? ¿Y para que complicarlo todo con tanto misterio?


Además a veces leen autores de una gran insipidez, como el tan conocido Dan Brown. En fin, cada uno con su locura. Y que me dejen, eso sí, en paz con la mía.


Mi tía ofrece un té muy convencional, el bueno lo guarda para ella, que toma siempre a solas con sus tres gatos, Némesis, Pandora y Frankenstein. Pero con su té siempre hay pastelitos de primera cualidad. A mi me encantan, pero no solo a mí. Adelaida y Dolores parecen dos serpientes comiendo los pastelitos, así que me tengo que apañar para almenos comerme uno o dos. El resto aquí te he visto y aquí ya no estas.


La Dolores últimamente está muy extraña. Tiene una mirada muy perdida y es debido, según Adelaida, a un descubrimiento que ha hecho sobre terremotos. Dice que estos están provocados por la mano del hombre con maquinas sofisticadas que pueden cambiar el temporal y todo. Yo no me puedo creer tanto absurdo afán de incongruidades. Y siempre me gusta molestar a la Dolores, es un pequeño vicio que me procura mucho placer.


- ¿Y no es posible, Dolores, que estos terremotos estén provocados por la mano de una mujer?


Dolores me mira con disgusto mientras se zampa un pastelito en un cuarto de segundo. Justamente el que yo tenía a la vista. La maldita.


Esta mirada de reproche me recuerda la que tiene a veces Eduardo, uno de mis grandes amigos, ya que de amigos tengo pocos pero eso si, son grandes. Eduardo es de los que están inmersos en esto de las conspiraciones. Otra absurdidad grande como la pirámide de Jufu ya que según mi teoría la única conspiración que tiene sentido sobre esta tierra es la vida misma. Alguien nos jugó una mala broma instalándonos sobre este planeta. Espera que lo coja y ya verás tú.


Lo dicho, esto de las conspiraciones me tiene harta. Los que están implicados en este tipo de intelectualismo no paran. Que si esto o lo otro, que si este atentado y el otro, que si el Nuevo Orden Mundial, que si los Bilderberg, que si los hombres reptiles… Harta no es la buena palabra, más bien asqueada. Como les gusta complicarse la vida. Con lo feliz que uno puede estar solo con un buen libro que trate de la Primera Guerra Mundial y una buen tazoncito de té. Con esto yo me olvido hasta de mi propia existencia. Eduardo se atreve a llamarme a las 3 de la mañana, se atreve a pillarme en plena batalla de Verdún, se atreve a decirme que el presidente Bush es un Anunnaki y que Obama también posiblemente lo sea pero que no está aún muy seguro, le faltan pruebas.


- Y esta terrible constatación, Eduardo querido amigo, me imagino que te impide dormir por las noches ¿no es así?


- Exacto. Menos mal que hay buenas amigas que lo entienden todo.


- Eduardo, me has pillado en plena hecatombe mortífera de Verdún, entre el 21 de febrero y el 19 de diciembre de 1916, justamente cuando Philippe Pétain se esta rascando la barbilla preguntándose si vale la pena tanto muerto para solo un trocito, digo trocito, de tierra… No se si sabes pero esta batalla causó la muerte de 250 mil hombres ¿lo sabias?


- Como no lo voy a saber si me lo has dicho mas de 500 veces.


- Pues eso.


- ¿Pero no te das cuenta que los Annunakis quieren nuestro exterminio?


- Eduardo, apreciado amigo valiente que osa interrumpirme a las tres de la madrugada… permíteme decirte que ya todos estamos muertos. Kaputt. Finito. Hemos todos desaparecido en Verdún una mañana de lluvia. Y basta ya de tanta majadería.


Creo que aquella mañana le colgué el teléfono pero no estoy segura. Aunque esto no impide a Eduardo de llamarme a la hora que le de la gana. Una y otra vez, poco importa el día o el mes. Es un ingrato. Así son los conspiracionistas, una especie que va tomando su lugar pero a fuerza de golpes de puño y de mucha desfachatez. Hasta donde vamos a llegar, dios solo lo sabe.


El tiempo de cerrar y abrir los ojos ya no queda ni un solo pastelito sobre la bandeja de plata que mi tía nos ha dejado sobre la mesita de roble. Rodeando esta mesita un día recuerdo hicimos Ouija. Pero esto es otra historia.


Cuando es hora de irme ya es de noche. Mi tía quiere que me quede, siempre tengo que insistir que mis perros y mis gatos no me dan permiso alguno para quedarme una noche fuera de casa ya que me tienen muy controlada. Antes de salir mi tía me obliga a ir a saludar a Némesis, Pandora y Frankenstein que durante la reunión de té han estado encerrados en otra habitación porque Adelaida es alérgica a los gatos, como mala bruja que debe ser. Mi ti siempre me regala una bolsita con un paquetito dentro, un té que seguramente será buenísimo, más que el que nos ha dado esta tarde. Siempre me voy muy contenta porque sé que por la noche podré tomar un buen té, sabroso y exquisito rodeada por mis perros y gatos y con un buen libro como compañía. ¡Que pedirle más a la vida!