martes, 22 de enero de 2008

Un viaje a la Proust


He dicho pero que desordenado que eres y me he levantado, he ido hacia la ventana, la he abierto de par en par casi con furia pero furia es una palabra muy fuerte, pero sí, furia, y rabia y una paciencia extrema, ya demasiado extrema, una paciencia cansada, una paciencia que dura veinte años. La ventana la he abierto de par en par sobre un jardín que a estas horas de la tarde siempre parece un poco triste, un poco abandonado mientras Javi no dice nada, sigue sentado con el libro abierto, y el patio recibe como una extraña luz oblicua y miro como por primera vez al naranjo que da una suave impresión de gran soledad . Y no sé porque recuerdo aquel invierno de hielo que tuvimos y las largas caminatas que hacia con el perro en medio de una ciudad negra, como abandonada, todo parecía tan especial, tan ausente, y solo lo que daba sensación de vida eran aquellos árboles caídos en medio de los caminos. Y ahora aquí, este jardín con un naranjo y mi rabia. Pero este jardín fue años atrás un jardín vivo, alegre, una fiesta con amigos, risas, yo recuerdo bien que una tarde me despertaron unas risas de unos amigos después de una larga siesta y en el sueño Javi había estado de pie frente a mí, su mirada dura e inconsolable mirando el vacío y también recuerdo haberme dicho, al despertar, que los sueños no mienten y haber llorado este Javi de repente tan desconocido, un Javi que quizás un día yo iba a conocer.


Esta tarde, esta tarde desesperante ya que a veces lo cotidiano es este largo proceso de aceptación y desesperación a la vez, esta tarde los pájaros cantan su ritual melodía y el naranjo me mira como desde muy lejos. Me gustaría ser capaz de volverme hacia Javi y tirarle un libro sobre la cabeza. Pero sigo de pié, mirando el jardín, respirando hondo, procurando calmar algo que ya ni sé si con el tiempo podré apaciguar, he dicho furia pero también rabia. ¿Y que mujer no conoce esta rabia?


He cerrado los ojos y de repente veo a mi madre. Es mi madre, sí. Ella y yo estamos tomando un café en la cafetería de la tienda Sears, mientras afuera el invierno golpea los inmensos ventanales que dan sobre un ancho parking. Le digo a mi madre lo enamorada que estoy de un hombre que acabo de conocer pero lo desordenado que es; y mi madre sonríe, y esta sonrisa me alegra, hoy, esta tarde, siento un inmenso reconocimiento, un clic interior, una percepción sabia, una especie de déja vu pero tampoco es esto. Mi madre me mira y escucha atenta lo que le digo. Mi madre me estudia y sus ojos brillan mucho. Toda su presencia, física y hasta moral, toda ella, su cuerpo ternura, el olor a lavanda que yo respiraba y asociaba a la bondad cuando le besaba las mejillas al despedirme de ella, la suave textura de su piel lisa como la de un niño., la sonrisa de mi madre me permite viajar en este instante parado en el tiempo, o es el tiempo que me permite viajar hasta su sonrisa. El tiempo que no ha pasado, no ha tenido que pasar, no. El tiempo que sigue ahí, aquí, allá, abierto y en espiral, entidad inmortal, espacio inamovible, un lugar como en espera de retorno, que en realidad sólo espera esto: una nueva visita, una nueva mirada. Un tiempo que es como un regalo escondido. Y mi madre en este día de invierno y yo a su lado a través de un camino interior, libre. Y me mira con empatía, sonríe como diciendo que no es importante que Javi sea desordenado, y dice que lo que importa es el amor, solo esto importa, el camino del amor, dice, la oigo tan nítidamente. Ya verás como todo irá bien, hija mía.

Y no solamente el tiempo, este regalo escondido, esta sorpresa, me permite recibir a mi madre aún joven, a mi madre aún llena de energía, a una madre que yo he olvidado, una misteriosa madre aceptando con naturalidad mi amor de un hombre, una madre como un regalo intocable y protegido; si no que también, el tiempo, me hace vivir el sentir de aquellos días y de aquellas mis noches; y revivir el amor aquel que me parecía tan extraordinario con su alegría que casi me ahogaba, con sus dudas que me hacían soñar, por la noche, en humos y fuegos, con esta inconsolable presencia de la pasión que de repente me hace sentir joven, me llena de una alegría manzana, de una energía casi triste. Y todo esto aqui y ahora.


Todo tan presente mientras le vuelvo a decir a Javi que tendría que ser un poco más ordenado porque francamente no hay nadie en el mundo tan desordenado como él.

domingo, 13 de enero de 2008

Unas piedrecillas sobre un tapiz persa









A veces es muy fácil hablar, expresarse, mostrar con simplicidad estas piedrecillas amarradas como clavos en el corazón, piedrecillas de múltiples colores aquí, en este centro, en el centro del corazón.


Y estamos en esta gran sala de inmensos ventanales que dan a un parque. Y es cálido, y es reconfortante este lugar. Como a cada reunión me he sentado en una de las esquinas del ancho tapiz persa. Me gusta este trocito, este espacio sobre esta alfombra floreada y ocre, me gusta porque son unas niñas que lo hicieron, unas niñas con unos deditos de ángel herido.

Estamos reunidos aquí para hablar de estas imágenes que, con el tiempo, suben a la superficie y la mirada amable de Martin nos ayuda a ver más claro en ellas. Y entonces cada uno de nosotros depositamos en medio del tapiz una piedrecilla. Ya van muchas piedrecillas amontonadas, tantas que se han transformado poco a poco en una pequeña montaña. Y cuando la luz del atardecer se infiltra por los ventanales, la montaña de piedrecillas brilla de diferentes tonos y hasta parece viva, parece un corazón hecho de piedrecillas.


Hoy he empezado yo y he hablado de algo que me ocurrió hace muchos, muchos años. Pero curiosamente lo recuerdo todo, todo. Me recuerdo la adolescente que era, alta, el pelo largo, los ojos muy negros y vivos, una adolescente vibrante, fuego y aire y viento yo era, parecía una planta viva, que crecía cada día más y más, una bella planta, una planta llena de sol, abrigada por el sol y por el agua y por la vida. Pero un día mis padres descubrieron mi diario intimo, esto pasa algunas veces, a veces los padres van y miran en la viva intimidad de sus hijas y entonces pasa lo que pasa. Me vinieron a buscar en un campamento dónde yo estaba con mi amiga Sylvia y me dieron una paliza, y si he olvidado los golpes no he olvidado el mensaje, la humillación, el mensaje y la humillación. Aquella furia de ogro rancio, la furia de mis padres, furia de ogro encerrado en su propia caverna sin luz ni aire, aquella furia sigue aquí, dentro de mí. Es una piedra roja. Y desde entonces ya no sé escribir, y mi mesa esta llena de paginas sin acabar.

Y luego ha sido el turno de Pierre y ha dicho que una vez, cuando su padre golpeaba a su madre, y esto ocurría los sábados por la noche, siempre, siempre, Pierre estuvo a punto de clavarle un cuchillo a este padre borracho, alcohólico y sucio, a un padre martirizador, a un padre maldito. Y no pudo, no pudo clavarle aquel cuchillo. Y hoy a Pierre le duele este brazo paralizado en el tiempo, un brazo con una navaja parada en el aire, en un limbo. Y no sabe que hacer con este dolor.


Linda ella ha hablado de sus miedos que crecen y crecen y ahora más desde que ha encontrado un piso, y ahora más desde que se ha liberado de un marido que disfrutaba insultándola. Y este miedo le da ganas de morir, de irse a tirar del puente Jacques Cartier y desaparecer por completo bajo las aguas profundas y negras del Saint-Laurent.


Y la montaña de piedrecillas va creciendo, poco a poco.


Hay días que lloramos, otros no. Depende de las imágenes. Hoy yo no he llorado y me he concentrado en las bonitas flores ocres dibujadas sobre esta alfombra, un tapiz bordado por unas niñas que seguramente tenían manitas de plata. Y me las imagino tristes. Y pensar en ellas alivia mi pena, entiendo que mi pena es algo relativo, que la pena de mis compañeros en este viaje de imágenes es una pena relativa, y hasta la pena de Martin, aunque él nunca hable de ella. Son todas muy parecidas y muy diferentes, nuestras penas, pero todas hacen crecer piedrecillas en el corazón, en el centro de uno mismo.


Sé que un día ya no tendré que colocar más piedrecillas en el centro de un tapiz persa. Y sé que un día ya no habrá más niñas cosiendo en habitaciones negras, sin aire, y sé que un día ya no existirán mesas con papeles amontonados, ni hombres con navajas tristes, ni mujeres con ansias de morir. Y cuando llegue este día quizás la montaña de piedrecillas de todos los colores se derrumba y entonces podremos levantarnos, salir, pasearnos en el parque que hay afuera, del otro lado de los ventanales, un parque muy verde, claro y verde.

martes, 8 de enero de 2008

Entre un hombre y una mujer







En el sueño un hombre y una mujer se desean .Es, simplemente, una historia que me llena de alegría y felicidad. Y al despertarme soy agua y luz.


Es tan simple, pienso, entre un hombre y una mujer. ¿Y por que será tan complicado?



Todo el día he pensado en el deseo. En las veces que he vivido esta energía tan potente. En los hombres que han despertado en mí este fuego incandescente, único, casi tan amarillo como el sol, con su fuerza. Y por qué con ciertos hombres sí y con otros no. En la lección del deseo, en la vida de una mujer. En mi vida.


Recuerdo… No hace tanto tiempo. Estuvimos juntos unos días de verano, quizás fue un mes de agosto tierno y húmedo, aquella cama que yo abrí, de un tirón, y en dónde tú me esperabas con tus alas abiertas. Y me abriste las mías, y hasta me abriste el alma, que es mucho decir.


El deseo entre un hombre y una mujer es la a aparición de esta energía que hace que en nuestros ojos se vean reflejadas algunas estrellas y nuestra cabeza, dónde está también el corazón y el sexo, da vueltas y vueltas como si fuese la tierra.


Hay juego, cuando un hombre y una mujer se desean. Hay mareo. Hay risas. Y los sentidos, todos, se despiertan y vuelven a nacer el hombre y la mujer.


Era una cama muy ancha y blanca en aquel mes de agosto húmedo y tierno. Tú habías llegado de muy lejos, apenas nos conocíamos. Y de repente, entre las sabanas, te reconocí. No sé como fue, pero así fue.


El deseo es luz interior que ilumina, como por primera vez, todo lo que hay y todo lo que tiene que llegar. Inocencia esta luz, sabiduría, sorpresa. Como la tierra en primavera somos, cuando el deseo se apodera de nuestros sentidos, amanecer, onda rica, materna, potente como pasos de gigante enamorado. Y el besar entonces es palabra de silencio. La voz del beso borra el pasado, el futuro. Solo gime este presente inefable, contacto sublime con lo divino y lo carnal.


Aquel verano, aquel mes de agosto húmedo y tierno recuerdo que me encontré con una luz que era la vida misma.


Mira, mira, no tengas miedo de mirar como se aman el hombre y la mujer que se desean... Ve como de repente las manos acarician con más profundidad como si tocasen la tierra con manos de músico, y estos cuerpos que bailan en unión, en conjunto, al mismo ritmo. Ya no hay batallas, diferencias, lucha. Hay, finalmente, armonía.


El deseo que nos unió, aquellos días tan extraños, fue una enseñanza sabia y bella. Aprendí que yo era buena e inteligente, alegre. Que mis ojos podían brillar como la luna. Que mi cuerpo era como la tierra, fuerte como un árbol, resistente como el agua, vibrante como el viento. Y prado verde fue aquella cama.