jueves, 6 de diciembre de 2007
Pinceladas
Han venido a la playa para descansar del temblor de la ciudad, de su mecánica inhumana e incesante, para alejarse de los problemas cotidianos, los empleos inseguros, los amantes inconsistentes... lejos, lejos de todo.
- Ivanovich ya no me quiere, dice de repente Luisa.
Una cosa que Ella nota, cada vez que va a la playa, es con que facilidad los problemas más íntimos afloran a la superficie. Debe ser, piensa, que al desnudarse tambien el alma se libera a su manera, dejando rienda suelta a lo que le conmueve o preocupa.
- Y¿ eso?
- Tengo el presentimiento que hay otra mujer en su vida.
Luisa enciende un cigarrillo y en sus manos hay como una tensión apenas perceptible, algo en el movimiento de los dedos, como una insaciabilidad. En tiempo de crisis Ella siempre ha notado que son las manos de su amiga las primeras en mostrar la inquietud, el desasosiego. Quizas esto tenga algo que ver con el hecho de que Luisa es dibujante. Sus manos son su punto más fuerte y tambien su más débil, y las que ante todo reaccionan ante la adversidad.
- Y si fuese cierto ¿qué pasaría? Quiero decir, tampoco es el final del mundo, creo yo...
Luisa la mira de reojo. Me mira como si fuese un bicho raro ya que, desde hace bastante tiempo, en mi vida no ha pasado ningún hombre y no pasa nada. Todo es tan simple cuando no hay hombres en la vida de una mujer.
- Es que no entiendes este sentimiento de traición. Es algo muy fuerte.
- ¿Cómo que no entiendo?
- Además terminar una relación es, para mí, un fracaso. No puedo aceptarlo. Me duele mucho.
- ¡Pero si no tiene sentido! Ya está, ya estás haciendo el gran drama.
- Vale, vale... olvídate.
Estiradas bajo el pesado sol todo parece, de todas maneras, sin importancia. Una historia de amor, un encuentro, una cita. La playa, con su fuerza ocre y perdurable, el mar y su murmullo, relativizan lo personal. En el fondo, muy lejos, se oyen las voces de unos crios que juegan a construir castillos de arena.
Luisa recuerda el día en que conoció a Ivanovich. Fue durante una exposición de pintura japonesa de la época Torii, era jueves, había pocos visitantes en aquella pequeña sala situada en el Paseo de Gracia. Frente a una estampa del pintor Sekiguchi Kiyonaga titulada ¨Casa de té a la orilla del agua¨ Ivanovich se había acercado a Luisa y, con su verbosidad fácil y conmovedora, le había empezado a hablar del famoso pintor y dibujante de artistas y de mujeres elegantes.Ivanovich tenia una manera de hablar muy particular, bajo sus palabras la estampa situada enfrente tomaba vida. Las tres mujeres, una en cuclillas y las dos otras de pie, parecían tomar relieve, se espesaban, se volvían fuertes y vivas. El pelo de las protagonistas relucía, era negro casi azul, muy vital. Los colores de los kimonos se despertaban, el verde, el naranja, el marrón, el morado, los estampados tomaban una textura casi palpable, las rayas y las flores pintadas sobre las telas sobresalían. Un velero, situado en el fondo de la estampa, parecía avanzar sobre aguas tranquilas. En el suelo una pequeña tetera despertaba las papilas gustativas y olfativas. Una mano de una de las mujeres señalando algo a la derecha de la pintura tomaba movimiento. Todo parecía iluminarse gracias al extraño monologo del Ruso que mostraba la riqueza y delicadeza, la armonía, la elegancia en los detalles. Luisa respiraba hondamente, lentamente, se dejaba llevar en un viaje extraño y suave hecho de palabras y colores. Cuando Ivanovich paró de hablar se miraron cara a cara y fue como un gran reconocimiento. A partir de aquella tarde no se habían separado.
- Seguramente no es que haya otra mujer, simplemente el Ruso necesita espacio, y tu tambien, aunque no quieras reconocerlo.
- Quizas tengas razón. Oye, ¿vamos a mojarnos un poco?
Después de nadar un rato se vuelven a estirar. El sol ha cambiado de posición y tienen que mover las toallas. Luisa siente que el agua le ha limpiado un poco el corazón, le ha quitado peso y una cierta amargura. Luego, después de ir a comer algo mexicano, Luisa dibujará algo sobre este día. Una playa muy ancha y de sable fino, un mar espeso y vivo y dos mujeres sentadas mirando el horizonte. Le pondrá un titulo y este será ¨Dos amigas en una playa una tarde de julio.¨
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1 comentario:
Que narración tan atrapante. Me viví cada línea. También imaginé que Luisa luego de pintar el cuadro se encontrará con Ivanovich ;-)
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