jueves, 6 de diciembre de 2007
Diseño verde
La forêt est un état d´âme.
Gaston Bachelard
Son unos días de mucho calor. Tanto, que apenas se puede respirar. La humedad es pegajosa y densa. El aire apenas corre.
Salgo a la calle porqué en casa me siento agobiada. Son las 3 de la tarde, y bajo el sol tengo la impresión que la tierra a mis pies es fuego. Me voy al viejo Barcelona. Entro en la primera granja abierta, no hay muchas en el mes de agosto que funcionen. Pido una horchata.
Aunque me gusta mucho la soledad, estos días siento la ausencia de Javi, de viaje al Pakistán. Me añoro de su gran humor irónico y de sus payasadas. De la risa medicinal que produce en mí el estar con él. De las largas conversaciones sobre literatura y cine que hacen de nuestras noches un debate constante. Y de nuestra cama que ahora me parece un ancho campo desierto.
Abro el libro que estoy leyendo, The Cruel Way de Ella K. Maillart. De repente una mano se posa levemente sobre mi hombro. Levanto la cabeza. Es Pedro.
Con uniforme de Mozo de Escuadra Pedro parece mas alto. El color de la tela de su camisa le hace resaltar sus ojos azules, que me miran sonriendo. Esta muy guapo, en realidad nunca lo he visto tan guapo. Una gran calma emana de su figura. Se quita la gorra y su pelo se ilumina por el sol que entra con gran fuerza del ventanal, a su espalda.
- ¿Cuántos ladrones has atrapado hoy?
Su risa, que me ofrece sin dejar de mirarme me suena a cascabeles. Es ligera y cantante.
- Más que ladrones son turistas que vamos recogiendo del suelo. Con este calor caen como moscas. ¿Y tú? ¿Qué haces por el barrio? ¿No estarías mejor en la piscina?
El cuerpo de Pedro yo ya lo he entrevisto entre las aguas azules del gimnasio de nuestro barrio. Ahí conocí a Pedro, una mañana de invierno. Tiene un buen dorso y unos buenos brazos y aquel día me había quedado mirándole largo rato, yo que casi nunca ni miro ni veo a los hombres en general. Dentro del agua todo él resoplaba energía y fuerza. Y ahora esta enfrente de mí, alegre y simpático. Sus brazos reposan sobre la mesa que nos separa. El vello de su piel, ligero y suave. Siento como un pequeño estremecimiento. El calor me hace ver cosas que nunca quiero ver.
- Estaba agobiada. Además Javi está de vacaciones y, francamente, el piso me pesa.
- Si, dice Pedro pasándose la mano sobre la frente que tiene húmeda. Hace un calor espeluznante.
De repente me siento muy relajada y bien. Pedro sigue mirándome detrás de sus ojos, dos piedras intensas y brillantes. ¿Es mi imaginación o es que Pedro me esta estudiando de una manera un poco indiscreta? He aquí sus ojos posados, el espacio de un segundo infinito, sobre mi cuello, mis clavículas, los hombros, mi pecho, mis brazos. Todo esto mientras hablamos del Pakistán y de la señora Maillart. Y yo tambien lo miro y veo cosas de él que nunca me había fijado: su sonrisa que más que simpática es sensual; su nariz, rectilínea, perfecta, que le da un aire ligeramente canino a toda su faz; su cuello donde resalta una vena.
Súbitamente me siento muy acalorada, como si el fuego exterior se hubiese incrustado bajo mi piel.
- Amigo, me tengo que ir, ya deben haber abierto el museo de Picasso.
Nos levantamos y me acerco para besarle la mejilla. ¿Y si en vez de la mejilla le besase el borde de su boca?
- Olvídate de Picasso y ven conmigo, he acabado mi turno. Tengo la moto, te llevo de paseo.
El asfalto, fuera, arde. Hay muy pocos transeúntes y las calles del barrio Gótico parecen salir de un cuadro de Canaletto. La luz y el vacío, la perfección estática de la iluminación del cielo tan ocre, el silencio. Nos dirigimos hacia la Plaza San Jordi, casi vacía. Una viejita vestida toda de negro pasea un pequeño perro. Cerca de la entrada de la Generalidad Pedro saluda de la mano a un compañero, vigilando bajo el sol.
- Siempre llevo un casco extra, dice Pedro poniéndomelo sobre mi cabeza. Te voy a llevar en un lugar mágico. Te gustará. Hace tiempo que no paso por ahí.
El tiempo para cuando estas subida sobre una moto abrazada a un hombre. Es lo que me digo mientras Pedro avanza sobre Diagonal y luego coge una calle rumbo montaña. Las avenidas de Barcelona, pienso, son muy románticas ya que aceptan la luz del sol con tanta armonía. La espalda de Pedro vibra bajo mis manos. La moto hace apenas ruido.
Tambien me digo que podría estar así todo el resto del día, a caballo con mi caballero. No volver a casa, a mi piso. Quedarme aquí, con Pedro. Sin preguntas ni respuestas.
Hemos subido muy arriba y finalmente tomado una pequeña carretera. El aire es fresco. El paisaje muy verde, de un verde oscuro, pasamos por una especie de gran bosque. Al cabo de un rato Pedro entra en una pequeña bifurcación. Hemos parado enfrente de un camino muy estrecho. Bajamos de la moto.
- Cuando me separé de Joanne solía pasar por aquí. Este camino que ves es muy largo, en realidad no he llegado nunca al final. ¿Te apetece andar un poco por él?
La tierra es marrón oscuro, color de piel morena. Andamos en silencio rodeados por unos grandes arboles muy altos y delgados. El aire es fresco y apaciguador. El silencio inmenso, como una gran capa. El sol a veces aparece entre las ramas y las hojas de los arboles. De vez en cuando se oye el canto de un pájaro. Por el suelo puedo ver entre rocas y tierra pequeños brotes de flores silvestres. El camino es irregular, a ratos sube a ratos baja. Sobre él hay piedras, trozos de madera, ramas muertas y secas.
- Parece un bosque abandonado.
- Lo es, contesta Pedro. Todos los bosques, casi hoy en día, están abandonados. Es una pena, pero es así. Es el mundo en el que vivimos.
Hay mucha ternura en la voz de Pedro y me doy la vuelta para mirarle. Pedro tiene los ojos fijados en la cúpula de un pino.
- Ya casi no hay pájaros ni animales. La voz del bosque se va apagando lentamente, sin que nos demos cuenta.
Vamos avanzando en silencio. Algunas raíces de los arboles están salidas de la tierra y muestran su desnudez de color claro. Puedo ver hormigas pasearse por el borde del camino. Tambien una mariposa amarilla pero muy pequeña.
- Mira.
Pedro me muestra con la mirada un árbol muy alto y espeso de tronco. Es un árbol ancho y tiene la tez gris oscura. Sus ramas, retorcidas, suben hacia el cielo y están llenas de unas hojas que parecen manos verdes.
Nos dirigimos hacia este árbol que debe ser muy anciano. Está un poco en el interior, tenemos que entrar en la espesura del bosque. Pedro me coge de la mano cuando tenemos que subir sobre un montón de viejos troncos rotos y en putrefacción.
Me acerco al árbol y le acaricio el tronco. Es muy suave, como cuero. Apoyo mi frente sobre esta capa de madera. Es como apoyarse sobre el vientre de un oso.
Oigo la respiración profunda de Pedro, al lado mío. Me doy la vuelta reposando la espalda sobre el árbol.
- Quiero energía, digo.
Pedro me besa. He cerrado los ojos. Acaricio sus hombros y sus brazos y tengo la sensación que mis manos tocan otro árbol.
Los ojos de Pedro, cerrados. Sus pestañas son muy largas, sus ojeras tiernas y tristes. Mis labios acarician esta cara tan bonita que bajo el viejo árbol parece de un animal salvaje. Me ha quitado con mucho cariño la blusa, el sostén. Siento, desnuda, la energía del árbol sobre mi espalda. No me duele esta madera que me aguanta mientras Pedro ha apoyado todo su cuerpo sobre el mío. Me he quitado los jeans para que Pedro pueda abrirme con sus dedos inteligentes, pueda olerme en este bosque verde y oscuro. Estoy húmeda y fresca como la tierra que nos rodea, llena de vida, llena de energía y humus, Pedro desnudo y los besos como alas de mariposas y las caricias como roces de estas hojas que nos protegen, parasol de inmensa belleza. Pedro me levanta una pierna, entra en mí con su semen y su vida, y el árbol mira y escucha.
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1 comentario:
Hola Lydia. Te he dejado algo en mi blog, espero te guste. Besos ;)
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