En el comedor del piso de mi abuelita percibo ligeramente estas entidades, como pájaros nerviosos. Nos rodean y ríen de nosotros, reunidos otro año para el cumpleaños de la abuelita. Me vuelvo de lado para dejar que el sol, que entra oblicuamente desde la ventana, me acaricie las manos. Es un día de invierno como tantos otros, es domingo y hemos tenido que hacer la comedia, ir a misa a escuchar al cura decir tonterías sin-sentido, con paciencia hemos vuelto al piso después de haber pasado por la pastelería a comprar un brazo de gitano, gestos y acciones casi mecánicos, rituales que a mi punto de vista ya no tienen sentido. Ya hace tiempo que siento que me estoy alejando de este grupo de personas que durante mi infancia habitaron mis juegos y sueños. La separación física ha hecho que de repente me sienta aún más extranjera aquí que allá. Esta constatación me hace sonreír, y mi prima Hermione, que siempre se fija en todo me pregunta ¿qué es lo que pasa en mi pequeñito cerebro?
Mi prima Hermione es una snob, ya hace tiempo que lo sé. Le contesto que en mi pequeño cerebro acaban de pasar dos pájaros azules. Hermione hace una mueca, siempre le han complicado la vida las metáforas. Se enciende un cigarrillo y me pregunta, esta vez, qué es lo que voy a hacer en este país de gente sobre dotada. Esta vez no sonrío, esta vez me sale la risa a carcajadas.
¿Qué secretos hay en nuestra familia, secretos oscuros que habitan nuestra cueva más profunda? Qué es lo que nunca se ha dicho pero que muerde la raíz de nuestro árbol familial? Rumores corren de que tío Bastiano, el que vive ahora en un país oriental, hubiese abusado de… O que tía Helena, la de Islandia, cuando de chiquita fue… Quien sabe. Y sin embargo estos rumores abren como una ventanita hacia algo más intenso, dan relieve a tantos malentendidos y malas posturas. Yo siempre he visto la familia, y más últimamente, como un animal deformado y disforme. Me gustan estas metáforas.
La abuelita nos mira desde su sillón verde, un sillón que fue comprado de un príncipe árabe que pasaba por el muelle y tío Ernesto, que trabajaba en una tienda de antigüedades en el barrio gótico, lo obtuvo por 5 mil pesetas. Esta es la historia oficial de este sillón que nadie podía ni puede utilizar, solo la abuelita que ahora festeja sus 90 años. Pero me pregunto yo qué hay más detrás de este sillón que tiene unas patas en forma de garras de león. También se insinúa que la abuelita, cuando de joven, fue una gran belleza admirada por muchos hombres y… Bueno, se dicen tantas cosas. Nunca podría imaginármela en otra forma que la que estoy admirando, la de una abuela sensata y derecha, con principios e ideales muy correctos.
Y este primo mío, el adorable Janus, también corre el rumor de que una tarde de verano, con la vecina… No me extraña, es muy adorable. Tiene el pelo castaño, ahora ya con filamentos de plata, y sigue teniendo estos ojos verdes que me recuerdan estas piedras preciosas que llevan los reyes del Oriente en las películas estupidas que han hecho los americanos en aquellos tiempos de tanta ignorancia. Bueno, siguen aquellos tiempos. En este país, me doy cuenta, las cosas han cambiado pero el fondo sigue el mismo. No lo digo muy alto, Hermione me haría otra mueca, y de muecas ya empiezo a estar harta.
¿Quienes son, después de todo? Apenas los conozco y aun menos los reconozco. Durante muchísimos años me los he estado imaginando igualitos que cuando de niña me subí al avión para irme de esta mi tierra. En mi mente, o mi pequeño cerebro como diría Hermione (y tiene razón), ellos no habían cambiado. Seguían como antes, como yo les quise, juguetones, misteriosos, felices, inocentes. Cuanta vanidad la mía de no quererles cambiantes, cada uno a su manera, libres e independientes de mi propia existencia. Ahora los veo como me ofrecen que son, ya que en el fondo todos llevamos encima unas mascaretas bien puestas, y yo también llevo la mía que esconde miedos e inseguridades cuando lo que ofrezco es la imagen de una mujer fuerte y valiente. Vaya, vaya. ¿Y qué secreto negro me habita? ¿Qué rumores me persiguen? Tampoco me importa mucho, aunque sí, me importa.
Un día tendremos que sacar al aire contaminado de esta ciudad mítica que es Barcelona nuestros secretos familiares, será la única y sola manera de curar algunas heridas que nos persiguen como pájaros azules enfadados de tanta oscuridad. Mientras tanto seguimos como si nada, creyendo que no pasa nada.
La abuelita me hace un guiño. Sabe que cuando todos se marchen, quedaremos juntas ella y yo y podremos hablar del pasado. Quiero preguntarle un rumor que corre sobre mi madre: parece ser que se enamoró locamente, antes de conocer a mi padre, de un marinero americano, un hombre de ojos pardos. Y yo también tengo ojos grises. Nunca se sabe, alomejor tengo un padre marinero, y yo sin saberlo.
6 comentarios:
Me ha encantado Lydia. Siempre que hablas de familia te salen unos bonitos y entrañables posts.
Sigue contando rumores y secretos. Cariños Lola
Misterios y secretos que son la verdad de muchas familias. Y los pájaros azules: qué buena metáfora.
No hay materia literaria más fértil que esos grandes secretos de familia que duermen durante años y despiertan de pronto y todo lo remueven y trastocan: viejas historias entre primos, entre cuñados, entre esa figura borrosa de un marinero de nombre impronunciable y aquella tía abuela que no quiso casarse nunca. Ross Macdonald fue un maestro en esto, y en España lo han tratado muy bien Ana María Matute, Javier Marías o Justo Navarro. El guiño de la abuela en tu historia está cargado de significado, es un guiño unánime de todos los ancianos, pues ellos son depositarios de aquello que late en el subsuelo de nuestro presente.
Me encantó.
Yo tuve una abuela "contadora de historias" siempre se las arreglaba para que no perdiera la atención, me paso ahora con tu historia.
un abrazo desde el sur.
Lydia, me ha encantado tus secretos de familia. En todas las familias los hay.
Eres una gran escritora capaz de engancharme. Gracias por compartir con nosotros tus escritos.
Muchas gracias por todos vuestros comentarios. Han pasado muchos años y paré de escribir, a la muerte de mi perra Laika, estos cuentos que me daban tanta energía. Vamos a ver si... me pongo de nuevo a contar historias. Un abrazo.
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