Me acabo de encontrar con Diop, en la esquina de St-Catherine y St-Laurent. ¿Cuanto tiempo, ya? Quizás más de quince años pienso mientras Diop me enciende una Gauloise. Quince años… Una eternidad.
Es una de aquellas noches que los montrealeses llaman ¨noches de hielo¨. Y es que no cae nieve desde hace varios días y el cielo está cargado como con metal, cúpula pesada y dura sobre nuestras cabezas y cerebros. Tantos días que estamos viviendo este hielo sin sol. Días de abrigos y bufandas y de un andar pingüino por las estrechas calles de esta ciudad tan amable como es Montreal. Y ahora estoy aquí con Diop, un Diop quince años mayor pero, ah… casi no se le notan estos quince años. Nada. Parece aquel mismo hombre jirafa que conocí en casa de Rémi, una tarde de un húmedo verano. ¿Acaso los hombres saben envejecer mejor que las mujeres?
Diop ríe y sus ojos se estrechan y se alargan hacia sus sienes, dándole a su bonita cara un aspecto de mascara risueña y simpática. Yo también me río, y de repente, gracias a la risa, me siento quince años más joven.
En el Keur Samba las cosas no han cambiado, tampoco. En una clara mirada veo los mismos sofás, de un rojo tinto vino, la idéntica pista de baile, la misma barra con la mismísima camarera, una tal Cathy. Me saluda con una sonrisa amarga, más amarga que la que tenía siempre y que me hacia tanto reflexionar sobre su vida y sus amores desgraciados. ¿Y quien no tiene amores infelices en su vida? Diop fue uno de ellos, en la mía. Pero no me gusta la amargura. Y preferí la amistad. Siempre los amigos son mejores que los amantes implacables.
Por debajo de la música de Pepe Kale, Diop me habla de su vida en Paris, con una catalana. Tiene dos hijas, Naveja y Fatou, y si está en Montreal es para gravar un disco en conjunto con el Cirque du Soleil. Todo va bien para él, desde que conoció a Teresa. Teresa ha iluminado mis andares, dice. Tenia muchos contactos con músicos y grupos musicales, escuelas, talleres. Ahora me reconocen por lo que soy, un buen músico. Y ya ves.
Veo, y estoy contenta. Alegría siento cuando mis amigos son felices, o parecen serlos. Ver a los otros transitar por sus vías interiores es fascinante. Es como leer una novela de espionaje.
También un día, diez años antes, Diop me aseguró que yo era su camino. Y yo le creí. Es verdad, era más joven, más idealista, más loca. Me sentí camino verde, abundante de hojas y de piedras brillantes, como caídas del cielo. Me sentí camino infinito, sin fronteras, sin barreras. Ser camino es ser ondulación, curvatura, desviación. Protagonista de una historia sin final, abierta al misterio. Ah, como me sentí atraída por Diop que tocaba el Tam Tam de tal manera que mi alma se despejaba, se abría con alas de águila, volaba, volaba… Diop el músico y además el intelectual, hablándome de su país,
Algún brujo, pero esta discoteca africana está repleta de brujos, ha puesto When love is new, de Arthur Prysock y no puedo hacer otra cosa que ir a bailar con todos mis sentidos, los de ahora y los de hace quince años que de repente hacen un todo, un conjunto mágico, alegre, palpitante. Diop me sigue y sobre la pista de baile nos olvidamos de nuestros caminos y de nuestros andares. Los míos, por cierto, no están tan mal y me gustan… Y bailo reviviendo otros bailes, pero sin definirlos, son bailes del alma, salpicaduras relucientes del alma, impulsos y tracciones que llegan desde una intensa alegría y reconocimiento, desde una presencia absoluta de mi cuerpo y de mi ser todo entero aquí, bailando en esta noche de hielo. ¡Que fuerte emoción es bailar! Y quizás no sea yo quien baile pero otro ser, otro ser mas vivo y pleno que se transforma en mí al son de la magnifica voz de Arthur Prysock, y entre la música y yo crece esta energía tan entrañable, este movimiento, corriente…Bailar es tan importante, es como respirar…
Más tarde, mucho más tarde, vamos a desayunar en un pequeño restaurante cerca del Forum dónde madrugadores, la mayoría taxistas, ya están tomando la especialidad del lugar: huevos fritos con patatas y bacon. Diop me pide gentilmente si puede venir a casa y le contesto, muy gentilmente, que no, que no puede. Diop ríe, y yo también me río con él y la mañana de repente ya no es tan gris, tan fría, tan pesada. Y quizás hasta salga el sol, después de todo. Tengo mucho que hacer, en casa. Pero me siento fuerte, energizada. No hay nada más bueno y rico que una noche de baile, con un amigo.