He dicho pero que desordenado que eres y me he levantado, he ido hacia la ventana, la he abierto de par en par casi con furia pero furia es una palabra muy fuerte, pero sí, furia, y rabia y una paciencia extrema, ya demasiado extrema, una paciencia cansada, una paciencia que dura veinte años. La ventana la he abierto de par en par sobre un jardín que a estas horas de la tarde siempre parece un poco triste, un poco abandonado mientras Javi no dice nada, sigue sentado con el libro abierto, y el patio recibe como una extraña luz oblicua y miro como por primera vez al naranjo que da una suave impresión de gran soledad . Y no sé porque recuerdo aquel invierno de hielo que tuvimos y las largas caminatas que hacia con el perro en medio de una ciudad negra, como abandonada, todo parecía tan especial, tan ausente, y solo lo que daba sensación de vida eran aquellos árboles caídos en medio de los caminos. Y ahora aquí, este jardín con un naranjo y mi rabia. Pero este jardín fue años atrás un jardín vivo, alegre, una fiesta con amigos, risas, yo recuerdo bien que una tarde me despertaron unas risas de unos amigos después de una larga siesta y en el sueño Javi había estado de pie frente a mí, su mirada dura e inconsolable mirando el vacío y también recuerdo haberme dicho, al despertar, que los sueños no mienten y haber llorado este Javi de repente tan desconocido, un Javi que quizás un día yo iba a conocer.
Esta tarde, esta tarde desesperante ya que a veces lo cotidiano es este largo proceso de aceptación y desesperación a la vez, esta tarde los pájaros cantan su ritual melodía y el naranjo me mira como desde muy lejos. Me gustaría ser capaz de volverme hacia Javi y tirarle un libro sobre la cabeza. Pero sigo de pié, mirando el jardín, respirando hondo, procurando calmar algo que ya ni sé si con el tiempo podré apaciguar, he dicho furia pero también rabia. ¿Y que mujer no conoce esta rabia?
He cerrado los ojos y de repente veo a mi madre. Es mi madre, sí. Ella y yo estamos tomando un café en la cafetería de la tienda Sears, mientras afuera el invierno golpea los inmensos ventanales que dan sobre un ancho parking. Le digo a mi madre lo enamorada que estoy de un hombre que acabo de conocer pero lo desordenado que es; y mi madre sonríe, y esta sonrisa me alegra, hoy, esta tarde, siento un inmenso reconocimiento, un clic interior, una percepción sabia, una especie de déja vu pero tampoco es esto. Mi madre me mira y escucha atenta lo que le digo. Mi madre me estudia y sus ojos brillan mucho. Toda su presencia, física y hasta moral, toda ella, su cuerpo ternura, el olor a lavanda que yo respiraba y asociaba a la bondad cuando le besaba las mejillas al despedirme de ella, la suave textura de su piel lisa como la de un niño., la sonrisa de mi madre me permite viajar en este instante parado en el tiempo, o es el tiempo que me permite viajar hasta su sonrisa. El tiempo que no ha pasado, no ha tenido que pasar, no. El tiempo que sigue ahí, aquí, allá, abierto y en espiral, entidad inmortal, espacio inamovible, un lugar como en espera de retorno, que en realidad sólo espera esto: una nueva visita, una nueva mirada. Un tiempo que es como un regalo escondido. Y mi madre en este día de invierno y yo a su lado a través de un camino interior, libre. Y me mira con empatía, sonríe como diciendo que no es importante que Javi sea desordenado, y dice que lo que importa es el amor, solo esto importa, el camino del amor, dice, la oigo tan nítidamente. Ya verás como todo irá bien, hija mía.
Y no solamente el tiempo, este regalo escondido, esta sorpresa, me permite recibir a mi madre aún joven, a mi madre aún llena de energía, a una madre que yo he olvidado, una misteriosa madre aceptando con naturalidad mi amor de un hombre, una madre como un regalo intocable y protegido; si no que también, el tiempo, me hace vivir el sentir de aquellos días y de aquellas mis noches; y revivir el amor aquel que me parecía tan extraordinario con su alegría que casi me ahogaba, con sus dudas que me hacían soñar, por la noche, en humos y fuegos, con esta inconsolable presencia de la pasión que de repente me hace sentir joven, me llena de una alegría manzana, de una energía casi triste. Y todo esto aqui y ahora.
Todo tan presente mientras le vuelvo a decir a Javi que tendría que ser un poco más ordenado porque francamente no hay nadie en el mundo tan desordenado como él.